MIS VIDAS PASADAS
Monje guerrero, miembro de una hermandad secreta en el siglo XVI.
Si la fecha es correcta, nací en 1533 en algún lugar de Inglaterra. No sabría precisar la nacionalidad de mi padre, pero sí sé que estaba casado con una mujer francesa con la que tuvo, al menos, tres hijos, posiblemente más. Mi infancia transcurrió en un pueblecito de Francia, quizá Burdeos.
Su principal ocupación era labrar la tierra. El futuro no parecía muy esperanzador, así que decidió enviarme a una escuela en la que estudiaría y trabajaría, con el fin último de convertirme en monje si eso es lo que decidía.
Los primeros años fueron bastante duros. Tenía un mentor que me observaba de cerca mientras aprendía las labores cotidianas, y cuando casi me había convertido en un hombre, me propuso entrar a formar parte de una hermandad en la que tendría acceso a un conocimiento inimaginable, vedado al resto de los mortales. Acepté. Como parte de la instrucción, viajé a Oxford para recibir entrenamiento militar.
A partir de ahí mi vida se convirtió en un peregrinaje continuo a distintas ciudades de Alemania, Francia y España. Buscábamos apoyo de los hombres más poderosos dentro de la Iglesia, fingiendo total obediencia hacia el Papa. Pero también deseábamos devolver el verdadero sentido al cristianismo, conservar el legado de los templarios, y salvar de las llamas aquellos libros considerados heréticos que contenían un conocimiento invaluable para nosotros.
Este tipo de causa implicaba guerrear, eliminar enemigos si nuestro secreto se veía amenazado, hacer cosas en contra de los principios elementales de nuestra religión. Corríamos un gran riesgo de ser acusados de herejes si nos descubrían. También requeríamos de mucha inteligencia y astucia para sortear todos estos peligros.
Poco a poco me di cuenta de que las ansias de poder de nuestros dirigentes estaban desvirtuando nuestro propósito inicial. Ya a una edad madura, quise abandonar la hermandad, pero como ya sabía desde el juramento de iniciación, eso estaba prohibido.
Tenía cerca de 60 años cuando mi corazón comenzó a fallar. Me llegó la muerte en la cama de mis aposentos, en mi residencia cercana a una catedral, quizá —solo quizá— en Gloucester.