Mientras luchaba contra mi ansiedad estos días pasados, además de Roderic apareció finalmente otra de mis vidas pasadas: Reginald. Había pedido a otra persona que me enviara reiki a distancia. Mientras lo hacía, pudo ver en su mente a un hombre que yo reconocí como Reginald, pero ni ella ni yo sabíamos qué estaba haciendo ahí. ¿Puede que mi ansiedad también proceda de él? Pues esto me es más difícil dilucidarlo, porque no he conectado tanto con sus emociones como con las de Roderic. Sin embargo, supongo que saber que estás entre la vida y la muerte debe de producir bastante ansiedad. Y además, enlazando con otra de mis teorías, la rigidez que sentía en mis hombros tal vez me hacía conectar con el dolor que también sentí en esa misma región hace más de 500 años. Aunque queramos buscarle un sentido espiritual a todo —y no digo que no exista— tal vez todo se reduzca a pura fisiología, aunque esta fisiología se adentre en campos aún desconocidos para la ciencia. ¿Puede ser que nuestra consciencia se encuentre en todas y cada de nuestras células, y por eso cuando nos duele algo, eso hace que nos lleguen recuerdos de otras vidas? Yo no lo descartaría.
Pero volvamos a Reginald. Uno de los acontecimientos que más me marcó de esta vida y que se me ha repetido en varias ocasiones, es cuando unos hombres me asaltaron en un bosque para robarme un libro que yo había adquirido en alguna ciudad española, posiblemente Sevilla. Un libro que a todas luces era considerado herético, como todos aquellos que gustaba de coleccionar nuestra hermandad secreta, nacida en el seno de una orden religiosa que en realidad funcionaba como tapadera. El conocimiento debía ser preservado, no destruido.
Casi siempre que recordaba esta vida, sentía un leve dolor en mi hombro derecho. La primera vez que lo menciono (22 de enero de 2012) es en una regresión que parecía tener lugar en Gloucester. Lo describí de esta manera:
“Durante toda esta regresión he sentido un dolor en el hombro derecho, pero no como el de Roderic, que se localiza en la espalda, sino más bien por la parte de delante, por la clavícula, en la parte media más o menos. Es como una presión. La cota de mallas pesa lo suyo, pero esto es algo más. Creo que es una herida mal curada... una herida de espada durante una batalla... creo que en un lugar muy lejano.”
Más adelante (el 26 de enero del mismo año) escribí:
“Avanzo en el tiempo y ya estoy viajando otra vez, en mi caballo, por una zona boscosa pero con mucha luz y un verde precioso, como si estuviéramos en verano. Llevo el libro en una alforja, lo he conseguido, aunque creo que tuve que subir a 1500 ducados. Me pregunto por qué es tan importante ese libro. Me veo hojeándolo, y veo la fecha 1293, dibujada con tinta negra a mano. Puede contener información importante para nosotros. Han transcurrido más de 200 años y es como si tuviera cierto valor histórico, siento que proviene de ‘alguien’ que fue destruido pero que nosotros queremos perpetuar. Me viene a la mente que somos 'custodios' de algún tipo de conocimiento. No veo nada más, pero por un segundo tengo la impresión de que me van a asaltar y me van a robar el libro, incluso podría ser que la herida del hombro pudiera tener relación… pero me puedo equivocar.
También pienso en el largo viaje que he hecho para venir a por un libro, si es que es verdad que vengo de Gloucester. Pienso en el camino de vuelta, y lo veo en un mapa: atravieso toda la península (pienso en Burgos) hasta el norte, y creo que en Vizcaya cojo un barco, posiblemente hasta Portsmouth. Me parece un itinerario bastante peculiar, pero pienso que tiene algo que ver con lugares donde puedo encontrar apoyo de mi orden. También pienso en que debo evitar lo más posible dormir al raso, que es muy peligroso, por los asaltantes de caminos. Voy de posada en posada. Y tengo la impresión de que ‘trabajo’ y vivo en Gloucester, pero no nací allí.”
El 2 de febrero de 2012 me llegó un recuerdo bastante preocupante:
“La primera imagen más o menos clara fue cuando empecé a sentir el dolor en el hombro derecho, hacia la mitad de la clavícula. No estoy muy segura pero creo que estoy en el suelo de rodillas, y me tapo la herida con la mano izquierda, manchada de sangre. Lo que me rodea es muy similar a lo que veo cuando voy a caballo, así que es posible que sea un poco más adelante en el tiempo. Pero no me han herido en una batalla, y no sé si ha habido alguna escaramuza. Solo sé que estoy de rodillas y creo que hay dos hombres cerca, decidiendo qué van a hacer conmigo. No sé exactamente qué ha pasado, pero me viene a la cabeza que me han traicionado, alguien de la orden ha hablado. Es alguien que conozco, y aunque me duele, lo comprendo. No sé realmente si aquí se produce el final o si me llevan prisionero. Sí creo sentir que la herida me va a dar problemas, siento que el dolor se extiende por todo el brazo, ¿podría ser que en días posteriores se infecta y caigo enfermo? En ese caso no muero aquí…”
Finalmente, el 3 de febrero, después de averiguar muchas otras cosas de esta vida, la escena pareció ampliarse:
“Después estoy otra vez en el bosque, de rodillas. Frente a mí hay dos hombres: uno viste una sotana negra hasta los pies y lleva tonsura. El otro creo que es un soldado o al menos alguien que usa armas y protege al cura. Siento dolor en el brazo derecho, creo que es porque me los han atado por detrás con una cuerda gruesa, aparte de la herida del hombro, claro. Hablo con ellos. De algún modo sé que alguien nos ha traicionado, y me viene a la cabeza el nombre de Guilliem o algo así. Creo que ellos me lo confirman. Me compadezco de él, en cierto modo no me sorprende porque le tenía por débil. Me quitan el libro (pienso que he perdido 1500 ducados y el prefecto no va a estar nada contento), pero lo peor es que me llevan así, atadas las manos (esta vez por delante), a pie todo el camino hasta alguna ciudad, y me encarcelan. La celda era pequeña y de forma cuadrada, con unos asientos sujetos por cadenas a las paredes. Estoy asustado. Temo la tortura, y la muerte en la hoguera. La herida del hombro tiene muy mal aspecto, necesita cuidados, y yo necesito descansar, me siento muy débil.
Sin embargo, estoy de suerte. No sé cuánto tiempo pasa, pero la puerta se abre y aparece alguien que dice: ‘Tienes amigos muy influyentes. Eres libre’. Siento un tremendo alivio. Pregunto por el libro, pero me responde ‘¿Libro? No había ningún libro…’ Lamento la pérdida. Pero conservo la vida. Lo peor no ha pasado aún. Lo siguiente que veo es que estoy en un hospital. Estoy en una ciudad extraña, estoy solo, y no he podido pedir cobijo a nadie conocido. Me veo entre extraños en un hospital de mala muerte, con un ala en el que dicen que hay leprosos. Veo una gran sala, alargada, llena de camas sucias y malolientes, y estoy rodeado de gemidos de dolor y un olor nauseabundo. Tengo fiebre y el dolor se extiende. Le pido a Dios que me permita seguir viviendo. Pienso que insistiré a mi prefecto para que me deje volver a por él.
En ese momento oigo las palabras: ‘Ni lo sueñes, Antóine’. Milagrosamente, sobrevivo y consigo regresar.”
“Empecé a sentir un fuerte dolor en el hombro derecho, a la mitad de la clavícula. Muy fuerte. Me pregunto cómo me hice la herida, que aún no lo sé. Veo al soldado apuntando con su espada muy cerca de mi cara, cuando me despiertan en el bosque. Me imagino que me resistí, pero no llego a verlo. También empiezo a sentir un fuerte dolor en la mano izquierda, como si fuera una perforación de unos centímetros de diámetro entre pulgar e índice, como si me hubieran clavado algo pero no logro identificar el qué (en algún rincón de mi mente pienso en tortura). Lo siguiente que veo es que estoy en el hospital, la herida del hombro me duele una barbaridad. Me la veo y tiene un aspecto espantoso, oscura y con pus, y yo tengo fiebre y me encuentro muy mal. Sé que mi vida corre peligro.
Miro alrededor y el espectáculo es desolador. Es una gran sala alargada, llena de camas de madera con moribundos mal atendidos, porquería por todas partes, y muy poco personal médico. Me vienen a la cabeza imágenes de un libro de medicina que leí en la biblioteca de la escuela, escrito con trazos muy finos de tinta negra, con dibujos. Sé que recuerdo el nombre de una planta, o un remedio, pero no sé cual. Yo mismo me lavo bien la herida, después de buscar un buen rato algún recipiente con agua, y le digo a una enfermera que busque ese remedio o planta. Con él me hago un emplasto y me vendo el hombro. Pero después de eso la imagen se hace borrosa, y creo que estuve unos días entre la vida y la muerte. Como la otra vez, pido a Dios que no me lleve aún con él, que me permita vivir.
Cuando vuelvo a tener consciencia, estoy en la cama, muy debilitado. Aparte de la venda del hombro, también me veo la mano izquierda vendada. Me veo comiendo un caldo que parece agua en una escudilla de madera. Poco a poco me voy recuperando y me levanto.
Entonces veo el ala que está dedicado a los enfermos de lepra. Recuerdo que es una de las experiencias que fija nuestra orden, la de convivir y ayudar a los enfermos, y me dirijo hacia allí, a pesar de que una mujer intenta detenerme y me advierte de que no debo mezclarme con ellos. No le hago caso. Paso lo que parece una cortinilla y entro en el área de los leprosos. El corazón se me acelera al ver la gente que hay allí, con trozos de su cuerpo desprendidos, aquel viejo sin ojo, aquella mujer sin dedos, esa otra se tapa la cara con un trapo… probablemente ya no tenga ni nariz. Hay también niños entre ellos, condenados a muerte… una niña pasa a mi lado y yo la sigo con la mirada. Toda esta visión me impresiona bastante, pero consigo reponerme y me veo reuniéndolos en un rincón, leyendo cuentos a los niños que en realidad son fragmentos de la Biblia.
Cuando me recupero del todo y estoy listo para viajar, dejo el hospital y continúo mi viaje. No tengo ni idea dónde pudo ocurrir esto, aunque pienso que podría ser por el centro de la península, antes de llegar a Francia.”
Por mucho tiempo el flujo de información que me llegaba de Reginald se detuvo. Es bastante frustrante para mí porque es una de mis vidas pasadas más interesantes. La he mantenido casi en secreto hasta ahora por lo difícil que es verificar algunas cosas. Pero curiosamente, el otro día, aún luchando contra la ansiedad, me llegaron nuevas imágenes.
Ya sabía que en algún momento me había lavado la herida en un río (esto tuvo que ocurrir después de que me liberaran de la prisión). Me dolía muchísimo y tenía mal aspecto. Además me sentía mareado y tenía sudores por todo el cuerpo, lo que me hace deducir que tenía fiebre. Apenas podía moverme, pero necesitaba montar en mi caballo, con la esperanza de llegar a Toledo antes de que fuera demasiado tarde. Me vi llegando a una casa con una puerta en forma de arco y una aldaba metálica. Cuando aparece un hombre mayor y me pregunta en qué puede ayudarme, yo ya estoy muy debilitado y solo puedo decir “Help”. Me llevaron a una cama y estuve entrando y saliendo de la consciencia.
Bien, pues nada más empezar a meditar noté que el dolor que sentía en el hombro derecho se empezaba a intensificar, y junto a él, empezaban a surgir imágenes de esa herida y ese hospital. Al principio solo veía imágenes borrosas y al azar. Por ejemplo, me vi subiendo al caballo por el lado izquierdo, como si no pudiera hacerlo por el derecho debido al estado en el que tengo el brazo, lo llevo pegado al cuerpo y creo que no puedo moverlo mucho. A día de hoy aún no tengo claro cómo se produjo esa herida. Diría que la espada de mi contrincante me alcanzó pero por fortuna no fue una herida demasiado profunda. No creo que llevara armadura en ese momento, pero quizá sí alguna prenda de cuero que me protegió del impacto. Sí estoy segura de que era una herida abierta que sangraba profusamente. Tengo que hacer jirones una camisa para vendarla, pero no creo que fuera un buen vendaje, ya que lo hice solo.
En el hospital hay un hombre anciano y le pido que haga algo por mí. En la regresión me venía continuamente la palabra “poultice”, que no es una palabra que use con frecuencia y la tuve que buscar en el diccionario para confirmar su significado: cataplasma, o como ya había descrito en otra regresión y había olvidado, emplasto. Lo nuevo es que le digo que tiene que hacer el emplasto con una planta en concreto, que tampoco había conseguido recordar hasta ahora. Me veo tratando de dibujársela en un papel para que la reconozca: las hojas eran alargadas con los bordes lisos, y aunque la flor no llegué a verla, sabía que era similar a la margarita. Poco después me vino a la mente la palabra “Árnica”.
He de decir que hace algo más de un año estuve estudiando un curso de homeopatía para aplicarla en animales. Fue un curso muy breve de introducción, de tan solo un mes. Uno de los remedios más utilizados es Arnica montana, así que no era la primera vez que oía su nombre. Sin embargo, no estudié tanto como para ser capaz de dibujar la planta en estado consciente y saber que se parece a las margaritas. Algunos escépticos podrían pensar que esto no es un recuerdo de verdad, que solo es una especie de contaminación por algo que aprendí. Lo cierto es que he repasado los escuetos apuntes de los que dispongo y en ningún lugar cuentan nada de la historia de esta planta, como por ejemplo que ya se utilizaba en el siglo XVI para tratar heridas y contusiones, en forma de cataplasma. También sería demasiada casualidad acordarme justo de esta planta entre las docenas de remedios que estudié y no de una utilizada para tratar infecciones urinarias, por ejemplo. Y aún es más difícil encontrar referencias a médicos judíos de esa misma época que conocían plantas medicinales y las utilizaban en su práctica diaria, con el riesgo de ser considerados herejes y condenados a morir en la hoguera. Mi teoría es que tal vez volver a leer sobre esta planta hizo que las oxidadas rutas de mi memoria que llevaban a ese dato se abrieran para completar el recuerdo.
“History
Arnica has a history of folk medicine use in many locations, including North America, Germany and Russia. The herb has been used in folk remedies since the sixteenth century. A North American indigenous tribe, the Cataulsa, prepared a tea from arnica roots to ease back pains. The German writer Goethe credited arnica with saving his life by bringing down a persistent high fever. Arnica preparations are used extensively in Russia. Folk use includes external treatment of wounds, black eye, sprains, and contusions. Arnica has been used in Russian folk medicine to treat uterine hemorrhage, myocarditis, arteriosclerosis, angina pectoris, cardiac insufficiency, and in numerous other unproven applications.”
http://www.encyclopedia.com/plants-and-animals/plants/plants/arnica
“Arnica in Traditional Medicine
Arnica montana, a wildflower that grows in the high mountains of Europe, has likely been used as a healing herb since the Middle Ages. The first documentation of the use of Arnica as a medicinal plant in Europe dates from the 1500s.”
http://www.arnica.com/about-arnica/history/arnicas-humble-beginnings/
Después de esta meditación, no he vuelto a sentir ninguna clase de dolor en el hombro (aunque esto no significa que no lo volveré a sentir en el futuro).
Actualización 30-10-2016.
Estaba de rodillas, con las manos atadas a la espalda. El soldado no deja de apuntar su espada a mi cuello. El cura está por detrás de él, con un libro en sus manos (no el mío, sino una especie de manual), y me interroga. Me pregunta dónde adquirí el libro, a quién se lo compré. Yo le digo que no lo he comprado a nadie, es mío. El soldado me cruza la cara con el dorso de una de sus manos enguantadas y casi me tumba. El cura sigue preguntando, yo sigo respondiendo lo mismo. No pienso desvelar la identidad del hombre que me dio el libro. No estoy segura al cien por cien, pero diría que es entonces cuando el soldado me hunde la espada en el hombro, de delante hacia atrás, atravesando la ropa y produciéndome gran dolor, claro. No es una herida muy grande, pero sí profunda, y sangra mucho (piensa mi yo actual que tal vez sabe dónde herir para no producir la muerte, como hacen los torturadores). El cura dice algo como “Tranquilo, ya hablará”. Yo le digo algo como: “Puede que esto quede impune ante los hombres, pero no quedará impune ante Dios”. Él replica que el nombre de Dios en mis labios es una blasfemia. Eso casi me hace reír, porque son ellos los que están matando a gente, y pienso en Jesús y en lo que él predicaba. Me conducen a la cárcel, camino con las manos atadas por delante y sujeto a uno de sus caballos. También llevan a mi caballo.