Más de una vez me he sentido como si estuviera viviendo dentro de una película durante estos largos meses de 2020. El teatro está en su momento álgido, es el momento de la salvación mediante las vacunas que han fabricado en tiempo récord para luchar contra una pandemia inexistente, y para convencernos nos muestran actores y actrices en la televisión que aceptan ponérsela alegremente, obviando sus graves efectos secundarios, incluyendo la muerte. Y si ven que no pueden convencernos, tratan de imponer la vacunación sobre nosotros mediante coacciones y amenazas, como ya han intentando hacerlo en trabajadoras sanitarias, que, por supuesto, han de ser ejemplo de solidaridad y responsabilidad.
Este año puedo decir que he estado bastante entretenida con mi negocio, así que me he ido librando de sentir nada que se parezca a past life mood. Como he ido describiendo en mis anteriores entradas, sí que he tenido múltiples razones para rememorar mis vidas pasadas, pero han permanecido a mi lado, sin interferir en mi presente, como compañeros apoyándome en mis propios desafíos personales, pero manteniéndose al margen. Agosto siempre fue un mes delicado y apenas me enteré. Tuve unas vacaciones tranquilas en las que descansé de las preocupaciones mundanas de mi trabajo. Ha llegado diciembre y ya no puedo decir lo mismo. Sigo siendo un testigo incrédulo de lo que está pasando a mi alrededor, y no puedo evitar sentirme como Katrina en su última Navidad en Praga, el preludio de un tiempo de oscuridad que nos llevaría a la muerte.
Más de una vez me he sentido como si estuviera viviendo dentro de una película durante estos largos meses de 2020. El teatro está en su momento álgido, es el momento de la salvación mediante las vacunas que han fabricado en tiempo récord para luchar contra una pandemia inexistente, y para convencernos nos muestran actores y actrices en la televisión que aceptan ponérsela alegremente, obviando sus graves efectos secundarios, incluyendo la muerte. Y si ven que no pueden convencernos, tratan de imponer la vacunación sobre nosotros mediante coacciones y amenazas, como ya han intentando hacerlo en trabajadoras sanitarias, que, por supuesto, han de ser ejemplo de solidaridad y responsabilidad.
Comentarios
Sigo inmersa en estos tiempos locos de plandemia que me ha tocado vivir. La marea de desinformación que nos llega constantemente no me deja mucho espacio para respirar. Eso unido a las labores de gestión de mi negocio hace que apenas tenga unos minutos al día para parar, hacer yoga, conectar conmigo misma y observar qué está pasando por mi interior. He notado que en los momentos de mayor desequilibrio, predomina una emoción: el miedo. El miedo a no poder enfrentarme a futuros, inquietantes acontecimientos. El miedo a quedarme paralizada, a ser de nuevo como Katrina, una joven valiente con todas las ganas de luchar pero que se ve sobrepasada por la frialdad y la maldad de las que es testigo. Por fortuna, esta sensación pasa rápido. Quién sabe cómo acabará todo esto, pero lo que está claro es que, de momento, esto no tiene nada que ver con una verdadera guerra como lo fue la Segunda Guerra Mundial.
Por ello, me hacen gracia aquellos que dicen que en el hospital tuvieron que hacer medicina de guerra. Sí, seguro... esto es lo mismo que la batalla del Somme en 1916. O igualito a que te destrocen el barco a cañonazos y el cirujano tenga que atender a docenas de marineros desangrándose a la vez, amputando piernas y brazos a diestro y siniestro. Los llaman héroes y encima se lo creen, no se puede ser más estúpido e ignorante. Pero en fin… vivimos en una sociedad infantiloide, así que no sé de qué me sorprendo. Aparte de esto, tengo la sensación de que esta etapa es mi prueba de fuego, como le decía hace solo unos minutos a un lector de mi otro blog Soy reencarnacionista. Muchas veces me he preguntado por qué he recordado todas estas vidas pasadas, por qué ahora, y para qué me ha servido. Siento como si todas esas vidas estuvieran confluyendo justo en este instante, como si ahora fuera el punto perfecto para su continuación. Sin embargo, no creo que tenga que continuar nada, la verdad, porque no creo que existan buenas o malas decisiones. La vida no consiste en hacer siempre lo correcto o tomar la mejor de las decisiones, sino en vivir y analizar las consecuencias, porque hayas hecho lo que hayas hecho, siempre podrás aprender algo. Más bien creo que lo que aprendí en cada una de esas vidas me está siendo útil justo ahora, y que por eso las recordé, porque necesitaba esa información para saber mucho mejor qué debo hacer ahora. A menudo me preguntan cuál es el propósito de la reencarnación, que para mí es como preguntar cuál es el propósito de la vida. Es fácil: el propósito de la vida es VIVIR. Es experimentar la vida. Reencarnamos porque es un fenómeno natural y fisiológico, inherente a la propia vida: nacemos, vivimos, morimos, seguimos viviendo en el mundo espiritual, nacemos, vivimos, morimos, así hasta el infinito o hasta cuando uno quiera.
Sin embargo, profundizando un poco más en el proceso de reencarnación, parece ser que las emociones son una parte esencial. No solo tenemos que experimentar la vida física, también tenemos que sentirla, con toda la intensidad posible. Quizá por eso, durante el proceso de manifestación en el mundo físico, se nos dota de un cuerpo astral, que es, según algunas enseñanzas esotéricas, el que está más estrechamente relacionado con las emociones. No creo que esto sea casualidad. Siempre he pensado que el mundo espiritual es el equivalente a un lugar de reflexión, donde teorizamos sobre las cuestiones que atañen a los humanos. Pero para aprender de verdad, es indispensable la parte práctica, la aplicación de esos principios teóricos a la vida real. Y por eso existe un plano físico en el que planificar el experimento, levantar el teatro y escenificar nuestros papeles, elegidos con anterioridad. Y para que todo salga a la perfección y sea creíble, es fundamental que lo sintamos así, incluso que tengamos la ilusión de que vida solo hay una y que esta acaba con la muerte. Vaya… llevo meses sin escribir y cuando lo hago, el tema es fuertecillo… Hay una razón para esto, claro. Llevo una doble vida, y en esa otra vida no puedo desvelar ni hablar abiertamente de cosas que me han sucedido en el pasado lejano, me tacharían de loca. Entonces, debo mantenerme callada. Pero no puedo mantenerme callada hasta el infinito, y cuando necesito soltar lastre, pues lo hago aquí, donde no muchos me leen y los que lo hacen saben de lo que hablo. Cuando te dedicas a hacer activismo vegano a veces no queda más remedio que hablar de muerte, de asesinatos, de seres sintientes que quieren vivir y de lo mínimo que nosotros debemos hacer para ayudarles, ayudarles de verdad. Y he aquí que te encuentras en medio de una discusión con alguien que afirma que los veganos debemos estar a favor de regular la esclavitud animal. Para ilustrar mi posición, yo afirmo que eso es lo mismo que estar en contra de la pena de muerte y pedir que en vez de ejecutar a alguien en la horca, lo hagan por inyección letal. Sea el método que sea, no hay forma humanitaria de matar a nadie. Sin embargo, aunque cueste creerlo, hay algunos "animalistas" (supuestos defensores de los derechos animales) que piensan que seguir utilizando y matando a animales, pero sin sufrimiento, es un avance que los veganos tenemos que celebrar. Hay días que no salgo de mi asombro. —Pooh, ¿será mi matanza humanitaria?
—No lo sé, Piglet. ¿Tú quieres vivir? —Sí, quiero vivir. —Entonces… no, amiguito, no será humanitaria. Estos últimos días he tenido en mente a aquella señora que me dejó un comentario en la página de Amazon de La caja de Pandora quejándose de que hablaba mucho de vidas pasadas nazis. Sí, es lo que hay. Sospecho que muchas personas llegan a la reencarnación buscando el mismo consuelo que ya buscaron en las religiones. No es casualidad que la creencia en la reencarnación esté presente en el budismo o el hinduismo, y según la vida que te haya tocado ahora, la posibilidad de retornar en un nuevo cuerpo te puede resultar atractiva o una auténtica maldición. Pero yo no hablo de creencias. Yo hablo de vidas pasadas que todos podemos recordar, y por suerte o por desgracia el mundo siempre será el que nosotros creemos con nuestras acciones. El mundo será un infierno si nosotros nos empeñamos en hacer el mal. Nosotros, no Dios ni el Diablo ni una “ley universal” que regule los premios y castigos que los seres humanos debemos recibir. Y por ello, la gran mayoría de personas que recuerdan vidas pasadas, recuerdan todo tipo de desgracias: traumas, muertes, violaciones y guerras, en ambos bandos. Una vida pasada es tan real como la vida presente, y pocas veces vivimos vidas fáciles.
A veces incluso nos suicidamos. Cuando investigamos sobre reencarnación, lo normal es que nos encontremos con una visión idealizada de lo que supone recordar vidas pasadas: lecciones a aprender, almas que te reencuentras, mucho amor y muchos unicornios rosas. Esta visión tan superficial sigue siendo frecuente en el mundo hispanohablante, como muestra este vídeo que me ha llegado recientemente. Es normal, es lo que vende. A la gente no le gusta que le hablen de trincheras, fosas comunes, fusilamientos en masa, víctimas del Holocausto o nazis que se suicidan. La gente piensa en general que todos somos almas buenas y que ninguno se vería envuelto en ciertas atrocidades ni se le ocurriría quitarse la vida. Yo lo pensaba. Así que, como muchos otros que he conocido por el camino, al recordar vidas pasadas has de atravesar una oscuridad que nunca habías imaginado, tienes que enfrentarte a tu sombra, y asimilar que todos tenemos un lado luminoso y un lado oscuro. Nunca sabemos cómo podemos reaccionar a ciertas circunstancias. Como siempre digo en mis libros, el camino del autoconocimiento es justo esto: no es una senda fácil, pero si llegas al final, es cuando encuentras la verdadera iluminación. Lo demás son solo ilusiones. Escribo esto un 25 de diciembre de 2018. El día está a punto de acabar. Por fortuna en esta época de mi vida la Navidad transcurre de manera bastante tranquila y austera, y está exenta de cualquier deseo que vaya más allá de compartir mi tiempo con los míos, recordar a los que volvieron a casa (tanto humanos como no humanos) y apreciar todo lo que tengo, que no es poco. Ya no hay ni siquiera intercambio de regalos, porque ya nos los hacemos el resto del año. Y, al menos por mi parte y la de mi pareja, ya no hay sangre derramada en nuestros platos. Hipocresía, la menos posible. Me siento realmente afortunada de poder mantenerme al margen de la Gran Fiesta del Consumismo.
Esta mañana la rutina de yoga era para abrir el pecho. Esto significa expandir el corazón, activar el cuarto chakra o Anahatha para soltar aquellas emociones que hayan podido quedar estancadas, no importa cuándo. Esta vez no sentí los efectos inmediatamente, durante la postura final o Savasana, pero pasado un tiempo, ya después de comer, sentí ganas de llorar otra vez. La razón es la partida de una compañera de vida que estuvo conmigo nada menos que diecisiete años.
Decidió irse el 15 de junio, solo dos días después de que mi pareja y yo la dejáramos con mis padres para irnos de viaje a la costa. Estuvimos dudando hasta el último momento si debíamos irnos o no, pero su estado de salud, bastante estable dentro de la gravedad, durante las últimas semanas, no presagiaba el triste desenlace. No nos lo esperábamos, de verdad que no nos lo esperábamos, a pesar de que en los últimos siete meses de su vida ya sabíamos que andaba por la cuerda floja y que cualquier día nos podría abandonar. Sin embargo, esperó… esperó hasta que estuviésemos lejos, porque —supongo— quería evitarme ese disgusto. Yo creo que haría lo mismo por mis seres queridos. De hecho, es lo que hacen también los humanos cuando se acerca el momento, según refieren muchos testigos. |
AutoraMi nombre virtual es Eowyn. Llevo desde 2011 investigando y experimentando la reencarnación. Este blog es solo una mínima parte del resultado. ¡Sígueme en Telegram!
Categorías
Todo
Archivo
Abril 2023
Donaciones
¿Es mi blog útil para ti?
¿Te gustaría apoyar mi causa? ¡Gracias! |