Más de una vez me he sentido como si estuviera viviendo dentro de una película durante estos largos meses de 2020. El teatro está en su momento álgido, es el momento de la salvación mediante las vacunas que han fabricado en tiempo récord para luchar contra una pandemia inexistente, y para convencernos nos muestran actores y actrices en la televisión que aceptan ponérsela alegremente, obviando sus graves efectos secundarios, incluyendo la muerte. Y si ven que no pueden convencernos, tratan de imponer la vacunación sobre nosotros mediante coacciones y amenazas, como ya han intentando hacerlo en trabajadoras sanitarias, que, por supuesto, han de ser ejemplo de solidaridad y responsabilidad.
Tenemos que soportar a todas horas la propaganda propia de una dictadura, con una escenificación que da risa y miedo a la vez. Los que sabemos la Verdad somos tratados como «negacionistas», y si las cosas siguen así, acabaremos siendo aislados y perseguidos, si se implanta el pasaporte sanitario donde se verá o no si somos buenos ciudadanos. Lo increíble es que gran parte de la población está esperando la vacuna como agua de mayo, van a hacer cola para ponérsela y van a aceptar todas las medidas absurdas que se les ocurra por verse liberados de la crisis económica artificialmente creada por los gobiernos globalistas. Están celebrando la salvación justo en estas fechas como si fueran buenos cristianos celebrando el nacimiento de Jesús. Y ni siquiera son conscientes de que lo que están celebrando es la muerte. La muerte de todos los ancianos que han sido asesinados ya en las residencias y los que morirán con la vacuna, inmediatamente pos shocks anafilácticos o cualquier otro efecto secundario agudo, o dentro de unos meses, cuando el ARNm interfiera con su propio ADN produciendo cualquier enfermedad mortal a la que seguirán llamando Covid en una burla infinita. También están celebrando la muerte en vida de todos esos niños que ahora acuden al colegio como si fuera una cárcel, sin poder moverse, sin poder acercarse a sus compañeros para jugar, sin poder quitarse el bozal en clase, pasando frío, siendo adoctrinados. Y no nos olvidemos de todos aquellos que ya se han suicidado por el cierre de sus negocios y los que morirán por la pobreza, la depresión y la falta de esperanza en esta sociedad de zombis que se encamina al precipicio.
Estamos asistiendo a un genocidio en directo, y aún así pretenden que estemos felices en nuestras casas, alejados de nuestros seres queridos, esperando eternamente a que vengan tiempos mejores. Hoy menos que nunca puedo unirme a la celebración de «las Fiestas», que no son más que una mentira que ya perdió el sentido hace años. Hoy soy como Katrina dos o tres años antes de su muerte. No sé dónde acabará mi vida actual, pero nada me impide pensar que será en una cárcel para disidentes, en la que me encerrarán cuando me niegue a vacunarme. O quizá muerta de hambre en un pueblo perdido en el monte, cuando no pueda entrar a un supermercado a comprar por no tener mi cartilla de vacunación al día. No espero nada de mis semejantes, que ya han demostrado con creces su cobardía y su egoísmo, como ya lo hicieron en la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército alemán invadió Checoslovaquia y solo quedaba ponerse a su lado y conservar tu vida, antes que defender a los tuyos del ataque del enemigo. Por desgracia estoy rodeado de gente que se comporta como nazis o como colaboracionistas, permitiendo el abuso sobre los más inocentes y que nos marquen como a judíos por resistirnos a ser parte de la maldad de la que seremos víctimas tarde o temprano.