Obviamente, esta entrada no va a ser una crónica detallada para historiadores o aficionados a la historia, sino solo un resumen de mi experiencia, que como es lógico está altamente influenciada por mi visión reencarnacionista, ya inseparable de mi ser, al menos hasta que me muera (y espero que más allá).
También es muy curioso cómo en este tipo de situaciones se me reaviva mi propio orgullo británico, que, aunque ya era bastante reducido en mis últimos años como oficial de la Marina Británica, algo me debió de quedar. Aún no me creo que sea verdad esto que dicen, que el Museo Naval de Madrid es uno de los mejores del mundo. No niego que me quedé bastante impresionada, sobre todo por la colección de armas antiguas, pero dudo muchísimo que en Londres no haya un museo mucho más grande que este y con mejores piezas. Si alguna vez voy a Londres, prometo contar si lo encontré o no, y haré una comparativa como Dios manda. Al entrar en la primera sala, llena de retratos de reyes y reinas, no pude evitar una sonrisa irónica. Supongo que eso fue tanto por lo poco que sé de la historia española —mi conocimiento procede fundamentalmente de los libros de Arturo Pérez-Reverte, porque por desgracia en el colegio solo nos enseñan cosas inútiles y aburridas— como por mis propias experiencias amargas sirviendo a una Corona que, igual que todos los hombres y mujeres que ostentan el poder, lo menos que hacen es interesarse por el bienestar de los que se juegan la vida en el mar día tras día.