Aunque podría dar una aproximación de su fecha de nacimiento y su fecha de defunción, desconozco su apellido. Ni siquiera sé si era costumbre inscribir a los hijos en algún censo en aquella época. Si lo hubiéramos hecho, dudo que hubiésemos podido poner el apellido del padre, que podría ser Jürgensen o algo similar. Tal vez habríamos podido poner mi apellido, pero no lo recuerdo. Esto hace que para la mayoría de investigadores mis supuestos recuerdos no tengan ninguna validez. No los podemos verificar; no puedo demostrar que mi amante, ni mi hija, ni yo, existíamos a finales del siglo XIX. Me lo podría estar inventando todo. Y es cierto. Así que, por mucho que duela, por mucho que me frustre, por mucho que hable de la profundidad que alcanzan esos recuerdos, lo primero que he de hacer es aceptarlo: soy libre de contar lo que quiera, soy libre de de desnudar mi alma hasta el punto de hacerme enrojecer, pero eso no va a ayudar a demostrar la reencarnación. Solo va a ayudar a otras personas que estén dudando sobre la veracidad de sus recuerdos, sobre la posibilidad, más que real, de haber vivido antes. A vosotros os digo: no dudéis. A veces, la intuición está por encima de la razón. Hay cosas que no se pueden inventar.
Sé que el embarazo fue bastante duro, no solo a nivel físico sino también emocional, por las ausencias intermitentes de su padre. Él estaba tan ilusionado como yo, pero su trabajo no le permitía estar a mi lado, ni siquiera entonces, cuando más le necesitaba.
Yo estoy en la cama, boca arriba, con un camisón blanco, y sé que estoy embarazada de Eli, de tres o cuatro meses. Y a mi lado derecho, muy cerca, está Jan… justamente como siempre, con su pelo rubio, su piel tan blanca, sus pecas, sus ojos verdes y su eterna sonrisa. Él lleva también una especie de camisón blanco, de manga larga. Está girado hacia mí, y pone su mano sobre mi tripa, y yo entrelazo mi mano con la suya y casi puedo llegar a sentirle. Somos tan felices juntos, y le quiero tanto…
(Regresión 15-6-2012).
En el pueblo había muchas cuestas, y yo trabajaba vendiendo pescado en el mercado o ayudando a los pescadores en la lonja. Durante los primeros meses de embarazo sufría náuseas y más de una vez tuve que interrumpir lo que estaba haciendo para vomitar cerca de mi puesto en el mercado. También recordé un día que había bajado a por agua en la fuente que había al final de una de esas cuestas. Debía de estar embarazada de unos cinco o seis meses, en la regresión notaba que me pesaba la tripa y me cansaba con facilidad. Me mareé un poco y tuve que sentarme en un poyete de piedra. Al poco un señor mayor se sentó a mi lado y me dijo que era mi marido el que tenía que acarrear el agua. No parecía saber que no tenía marido, ni que Jan se encontraba navegando en ese momento. Ya recuperada, seguí subiendo penosamente la cuesta hasta llegar a mi casa, sintiendo pinchazos en el abdomen. Una vez dentro, una oleada de debilidad me invadió y me puse a llorar: sentía que esta vez la ausencia de Jan iba a ser realmente larga, estaba preocupada, y realmente pensaba que Jan debía estar conmigo, ayudándome... No fue nunca fácil estar sola, pero me consuela pensar que todo ocurrió así porque debía usar mi fortaleza para vencer tantos obstáculos. Al final del embarazo, tenía una tripa tan grande que ya ni siquiera podía bajar al mercado, y una vecina me traía pescado fresco y otros víveres.
Me sentía tan feliz y orgullosa que me era muy difícil esperar a que volviese Jan de sus viajes. Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi vida en Cardiff es el día que fui a recibirle al puerto con Elisabeth en mis brazos, para que la viera por primera vez. Esta escena me sigue trayendo lágrimas a los ojos hoy en día, pero son lágrimas de pura alegría. La cara de Jan fue indescriptible, y el abrazo que nos dio a las dos, uno de los más fuertes y tiernos que recuerdo. Ya en casa, nos tumbamos juntos con Elisabeth en medio de los dos, y ella se quedó dormida mientras su padre cogía su dedito entre los suyos. Posteriormente Jan adquirió una mecedora donde yo me solía sentar para amamantar a nuestra hija.
La silla de partos.
“La silla de parto era la silla en forma de herradura sobre la que se sentaba la mujer en trance de dar a luz. Los griegos empleaban ocasionalmente una cama o sofá especiales para tales menesteres, no obstante el empleo de la silla obstétrica continuó siendo una costumbre muy extendida hasta el siglo XVII, e incluso en pleno siglo XIX era de uso frecuente.”
http://el-internauta-de-leon.blogspot.com.es/2009/03/la-silla-de-parto.html
“Many women over time have used a birth stool, as in the Ancient Greek carving above, because birth stools allow women to stand, squat, or semi-squat while actively pushing, then to sit back and relax between contractions.
If the mother stays seated the whole time she is pushing out the baby, a birth stool has the same disadvantages of the semi-sitting position (pushing the tailbone into the pelvic outlet and making it smaller). However, if the mother uses it to give support between shifting positions, it combines the best advantages of both the sitting and squatting positions.
Birth stools of various sorts have been very popular throughout history. Sometimes the care provider would bring the birthing stool with them to births, while other birth stools were family heirlooms, handed down through the family.
Often birth stools were close to the floor and without arms, but sometimes they were full-on chairs with backs, sides, and footrests, as in this European illustration.
Each type of birth stool has advantages and disadvantages, and some midwives and doctors had birth stools custom-made for them based on their preferences.
http://wellroundedmama.blogspot.com.es/2015/03/historical-and-traditional-birthing.html