Él, por su parte, también intentó varias maniobras conciliadoras que no llegaron a buen puerto. En algún momento trató de atraerme hacia su bando, aunque aún no he logrado averiguar exactamente qué es lo que me propuso. Por lo que parece, intentó utilizarme para calmar los ánimos de los trabajadores.
Estoy trabajando y sé que alguien me propone algo. Oigo que mi nombre es Jérôme. Y aunque al principio no veía nada, luego vi que quien me lo proponía era Étienne, vestido siempre mucho más elegante que yo, que estoy con una camisa de mangas amplias remangadas, siempre sudando por el esfuerzo (me limpio el sudor de la frente con el antebrazo derecho). No me gusta lo que me propone, y le pregunto “¿Por qué yo?” Creo que es porque defiendo bien los intereses de mis colegas. Como si formáramos un gremio o algo así y yo estuviera siempre intentando mejorar la situación económica. Me viene a la mente la palabra sindicato. Pero no sé qué es lo que me propone, aunque en cierto momento he sentido que podría yo haber formado parte también del Gobierno o del Ayuntamiento, antes de que las cosas fueran a peor y hubiera una escisión o algo así… y la sangre acabara llegando al río.
(Regresión 20-11-2012).
Supongo que después de esto, Étienne también comprendió que no había nada que hacer... solo que no se atrevía a decírmelo a la cara. Un día me vi en el interior de mi hogar, poco más que una humilde cabaña en una zona alta del pueblo, a las afueras. Estaba ayudando a mi hijo, de unos cinco o seis años en ese entonces, a escribir en la mesa de la cocina. También vi a una hija que aún no llegaba al año de edad en brazos de su madre. Alguien llamó a la puerta y fui a abrir. Me entregaron una carta lacrada. Cuando la abrí vi que era de Étienne, diciéndome que no podía hacer nada para ayudarme. Según leía la carta una gran furia y una gran decepción se instalaron en mi alma. Eso supuso un golpe bajo para mí. Él era la única esperanza que teníamos. Lo consideré una grave traición hacia nuestra amistad, yo confiaba en él... Enfurecido, fui al Ayuntamiento y traté de entrar para pedirle explicaciones, pero no pude llegar hasta él porque alguien me lo impidió cogiéndome del brazo. Había guardias o guardaespaldas o policías... No estoy segura de si llegué a enfrentarme a él, pero me vinieron flashes de que en algún momento conseguí llegar al despacho y gritarle, con la carta arrugada en la mano. Creo que esto sucedió otro día, porque en esta primera ocasión le vi salir del edificio y escabullirse entre los funcionarios.