Viendo que era urgente que hiciera algo, el domingo antes de la cena (hace dos días) decidí probar por primera vez una sesión de lo que se denomina “yoga restaurativo”, es decir, ejercicios muy suaves y lentos destinados a liberar tensiones y traer relajación. Duraba una hora, y ya mientras lo hacía noté cómo las energías comenzaban a fluir. Volví a sentir cómo de cargado estaba el cuello. En determinados momentos sentía ganas de llorar. Pero en yoga te dicen que te concentres en el ejercicio y en la respiración, y si te vienen pensamientos debes ignorarlos, así que eso hice. Antes de acostarme, mejor que meditar, porque aún estaba procesando las emociones del viernes, decidí hacer reiki. La mayoría de las veces que hago reiki para mí misma (autoreiki, como yo lo llamo), no siento nada inusual, excepto el típico hormigueo en las manos. No me vienen imágenes de vidas pasadas, ni nada que se le parezca. Esta vez sí que me preocupé por abrir los canales emocionales, que normalmente no lo hago. Quizá por eso sucedió lo que voy a relatar a continuación.
Cuando puse las manos sobre el corazón empezaron a llegarme fuertes emociones. Sabía que procedían de Roderic. Eran los sentimientos de culpa y frustración que me acompañaron durante los días previos a mi muerte. Entre otras cosas, pensé en mi hermano Gareth, es decir, otra de las encarnaciones de mi guía, otra vida en la que estuvimos juntos por un tiempo. Cuando estoy deprimida siempre le echo de menos, y ese sentimiento también había estado presente toda la semana anterior. En la vida de Irlanda crecimos juntos. Él era mayor que yo, aunque es difícil precisar cuánto, quizá dos o tres años. Tenía el pelo moreno, más corto que el mío, y los ojos claros. Cuando se casó se fue de la aldea, y yo me quedé solo con nuestro padre. Debí casarme poco después, y en los acontecimientos que siguieron Gareth ya no estuvo presente.