El caso es que después de la sesión inicial que describí en la última entrada del blog, mi terapeuta hizo dos sesiones más, por la noche, mientras yo dormía, una el 13 de diciembre y la otra el 20. Como es normal en mí, yo no noté nada especial, salvo que dormí especialmente bien las dos noches. Creo que a partir de la segunda sí que noté una reducción considerable de mi nivel de ansiedad. Por las mañanas me suelo levantar un poco nerviosa, sobre todo si tengo que hacer algo como ir al dentista o al taller o a cualquier otro recado. Sin embargo, desde entonces, me empecé a levantar muy relajada, sin rastro de preocupación por nada. En principio no lo achaqué a la LNT, después de todo hago también mucho yoga y sigo practicando meditación regularmente.
Entonces llegaron las fiestas, una época que me pone de muy mala hostia. Este año se ha puesto de manifiesto que es el fin de un ciclo para mí y en mi vida muchas cosas están muriendo, así que eso se juntaba a mi habitual disgusto navideño. El día 26 estuve disfrutando como una niña aprendiendo a entrenar con una katana, fue sin duda el mejor momento de las fiestas. Pero posiblemente por cambios bruscos de temperatura en la casa donde estábamos, al poner la chimenea por las tardes, el 27, ya en mi residencia actual, comencé a notar dolor de garganta. Dos o tres días después, tuve un leve episodio de fiebre por la noche. Y después una fuerte bronquitis que duró al menos un par de semanas, por lo que dejé de hacer yoga y estuve haciendo reposo. Mientras, se estropeó la caldera y acabé discutiendo a gritos con mi madre, incapaz de hacer nada excepto ver la televisión. Por primera vez en meses consiguió sacarme de mi centro y todo eso me deprimió bastante. Nada de esto es de extrañar porque el último año de mi vida no ha sido nada fácil y lo raro es que no explotara antes.