Paso por distintas etapas en este encarcelamiento. Al principio estoy en un estado de desconcierto. No me han tratado mal, de hecho al principio pensé que lo hacían más bien por mi protección, porque un grupo de gente acudió a mi casa con la intención de lincharme. Quizá lo habrían conseguido si no me hubieran detenido antes. Pero aún así estoy nerviosa y asustada, obviamente. Me pregunto qué ha podido salir mal y en qué va a acabar todo esto. Yo niego todos los cargos, por supuesto. Dos hombres siempre me vienen claros a la mente. Uno de ellos es un hombre joven. La palabra “attorney” siempre aparece en referencia a él, debe de ser mi abogado de oficio y me asegura que hará todo lo posible por mí. Es un iluso creyendo que puede hacer algo, pero al menos cree en mí y lo intenta. El otro es un señor más maduro y muy serio, moreno y con bigote, que no me cree. Leo en sus ojos que me quiere ver muerta tanto como ellos. Cree que soy un monstruo. No me cae nada bien... llego a odiarlo, aunque en aquellos días odiaba prácticamente a todo el mundo.
A veces unos hombres (no sé si estos mismos o otros distintos) vienen a hablar conmigo. Nos sentamos alrededor de esa mesita y me cuentan cómo está la situación. Yo estoy muy afectada. Cuando me dicen que hay pocas posibilidades de que me salve, me hundo, pero con ellos delante me contengo y no llego a llorar. No puedo creer que no me absuelvan como la otra vez. Pienso en la horca y me da un miedo terrible, claro, además pienso que no me lo merezco. Alguien me ha dejado encima de la mesa un papel y una pluma, diciéndome que si quiero confesar puedo hacerlo en cualquier momento. Pero no pienso hacerlo. No les daré ese gusto.
En otro momento me vi también sentada frente a una mesa de despacho, no sé muy bien quién estaba al otro lado, quizá el fiscal. Me estaba preguntando: “¿Por qué lo hiciste?” A lo que yo respondía desafiante: “¿Hacer el qué?” Pretendía asustarme y que confesara, pero yo sabía que jamás admitiría las acusaciones contra mí.
Siempre llevo un vestido largo negro. En una de las regresiones lo vi con mucho detalle en la parte del pecho y cuello: vi un trozo de tela en pico, con rayitas como si fuera un plisado pequeñito. A un lado parecía haber botones y al otro como ojales, pero de los que van separados de la tela. Y luego el típico cuello como de encaje, redondo y muy pegado al cuello. También vi las mangas del vestido, largas, ajustadas, y acabadas también es ese encaje. De vez en cuando vienen a la celda y me conducen a otro recinto, donde me tengo que desnudar para que me echen un cubo de agua helada por encima. Siento mucha vergüenza y mucha desesperación. Según pasa el tiempo el deterioro físico es visible, y cada vez tengo el pelo más descuidado.
Sé que un sacerdote viene a darme sermones de vez en cuando, yo le escucho (o finjo escucharle) pero no me importa un comino nada de lo que dice. No sé cuándo exactamente, pero a veces también oigo mucho alboroto fuera, alrededor de la prisión, es como si la gente protestara por algo o viniera a pedir mi cabeza. Me hacen recordar el intento de linchamiento y cómo tuvieron que protegerme para traerme a la prisión... De nuevo siento mucho miedo y mucha desolación. Ni siquiera saben lo que ese hombre (mi tercer marido) hacía con su ex-esposa, no saben lo que me hicieron a mí en mi juventud. Eso no lo sabe nadie porque se supone que soy otra mujer, pero es otro secreto que me llevaré a la tumba. Ellos no saben de las palizas, ni de la bañera, ni de los deseos de suicidio. No saben nada pero aún así ya me han juzgado y quieren mi muerte. Qué injusta es la vida, qué injusto es todo...
Después del juicio, me vuelven a encerrar y entonces empiezo a caer en la desesperación más absoluta. Sigo sin creerme que me hayan condenado ni que vayan a ahorcar a una mujer. Estoy furiosa con mi abogado, que viene a visitarme y me dice que hará todo lo posible por detener la ejecución, y me dice que mientras, rece a Dios. Yo le respondo “I don’t believe in God”. Y entonces me vienen imágenes de cuando solía rezar en la iglesia con mi misal y el velo (a veces lo usaba para cubrirme los moratones), y cómo me casé esperando que aquello era lo correcto, y luego viéndome obligada a vivir un infierno... Me pregunto cuántas mujeres viven condenadas a algo así, y después de pasar por todo eso, no, ya no creo en Dios. Excepto cuando tuve mi hija y la tuve entre mis brazos, fruto del amor con alguien que sí se preocupó por mí y que trató de sacarme o al menos hacerme más llevadero ese infierno.
A partir de ahí empiezo a perder la poca cordura que me quedaba. Paso los días acurrucada en un rincón, con las rodillas bajo mi barbilla, balanceándome adelante y atrás, adelante y atrás, cada día más demacrada. Uno de los abogados viene y me da la mala noticia de que las cosas cada vez están más negras, no pueden hacer más por mí. Me dicen algo como que el pueblo me quiere muerta. No sé cuánto tiempo me queda, pero ya sé que voy a morir en la horca. Sé que delante de otras personas mantengo muy bien la frialdad y la compostura, pero cuando me quedo sola me derrumbo y me echo a llorar... Pienso: “No me merezco acabar en la horca como un vulgar criminal”. Vuelvo a enfadarme con Dios por no haber respondido a mis plegarias. En algún momento pedí que me trajeran un rosario con cuentas de madera y un crucifijo. Creen que es porque me he vuelto religiosa, pero es solo porque tocar las cuentas me tranquiliza. En realidad me dan ganas de estirar y romperlo. Con él entre mis manos me quedo dormida muchas veces en un rincón de la celda, tiritando. Me estoy volviendo loca, quiero salir de aquí, no es justo que esté aquí, ellos fueron los maltratadores, ella me lo contó (la segunda esposa de mi tercer marido). ¿Por qué eso no lo ven?
Quisiera gritar, pero eso no lo hago, no sea que me envíen a un manicomio, que sería peor que la muerte. Y, por supuesto, estoy aterrorizada. Tengo tanto, tanto miedo, principalmente de la forma de muerte. Siento mucha ansiedad, a veces no puedo respirar. Hay días que me niego a comer, pero al final siempre acabo haciéndolo, porque pienso que ya tuve la oportunidad de suicidarme y no lo hice, así que tampoco les daré ese placer ahora, el de verme muerta sin más. Además, me da mucha, mucha rabia. Los últimos días estoy ya muy hundida, aunque todavía me quedaba algo de orgullo. Como el lugar está sucio ni siquiera me atrevo a sentarme en el suelo y me pongo en cuclillas en un rincón, sabiendo que los vuelos de la falda se van a manchar.
Acabo con otra canción de Arena. Esta se llama “Fool’s gold”, y como siempre parece escrita expresamente para mí. Solo reproduzco las partes que resuenan en mí:
You think you can run from the hell you created
Never a thought for the fruits of your labour
Just some vague and fading picture
Fly to the valleys, fly to the hills
Try to exist on your own without feelings
Ripping your soul beyond all recognition
Unforgiven, twisted vision
Can you live with yourself and the deed you have done
Conquer your thoughts when all this has begun
It’s tearing your mind into guilt and regret
Troubled dreams - You’ll not forget this!
Digging deep for something of value
Will I find what I touched in a dream?
Then at my feet I find demons and devils
waiting to drag me down into the pit!
Digging deep for something of value
Will I find what I lost once before
From my soul there springs hope for redemption
A chance to walk the farthest shore
I made my own bed - I must lie here forever
I made my own prison - I must live out my life in it now
Are you really afraid when the sun sets at night
Are you really afraid when you lie down and close your eyes
Never a chance to retreat into sleep
The damage is done - now you shall reap justice