Siendo Roderic fui apresado y condenado a morir en la horca.
Siendo Susan fui encarcelada y condenada a morir en la horca.
Ahí acaban las coincidencias entre las dos vidas pasadas.
Permanecer un tiempo en prisión te destruye el alma, y en ocasiones te puede llevar al borde de la locura. Una de las principales razones que tengo para pensar que en cada encarnación se crea un nuevo cuerpo mental (haciendo uso de terminología esotérica), es que nos sería imposible vivir con la misma mente que teníamos en otras vidas, especialmente cuando ciertas experiencias te hacen llegar a la muerte en un estado tal de desequilibrio que volver a funcionar con ella tal y como lo hacíamos en la niñez sería poco menos que un milagro. Sí, lo sé, quizá debería empezar por definir qué es la mente para mí, pero dejaré eso para otro día...
Nothing to blame, but the actions you choose
Driven insane by the conscience of treason
Running in vain from a life of abuse
Por primera vez voy a compartir en público algunos de mis recuerdos sobre mi estancia en prisión. ¿Que por qué los cuento? Pues no lo sé. Tal vez porque me queman por dentro y tengo que deshacerme de ellos de alguna manera. Tal vez porque la ansiedad acumulada en aquellos días tan lejanos sigue afectando a mi cuello y a mi cabeza en la actualidad —aunque aún desconozca el mecanismo por el que esto es posible— y escribir es lo único que me queda para liberar toda esa tensión. Tal vez, es solo porque lo necesito, simple y llanamente. Si alguien quiere juzgar, es libre de hacerlo. Por mucho que lo intente, nunca será capaz de imaginarse en lo más mínimo de qué estoy hablando. Aun si tuviera recuerdos propios de vidas pasadas, solo podría aproximarse un poco, porque cada vida es única e irrepetible, para lo bueno... y también para lo malo.
Para facilitar la lectura y evitar repetirme mucho, he ordenado la información que obtuve a partir de un buen número de regresiones, la primera de las cuales data de enero de 2014, y la última de apenas unos días atrás.
La descripción de la celda en la que me recluyeron no cambia mucho a lo largo de mi diario de vidas pasadas. A pesar de que siempre estoy sola —seguramente porque no habría muchas mujeres presas—, no parece una celda de uso individual. Supongo que es la celda reservada para mujeres, y si hubiese más, nos meterían aquí a todas. Es un recinto rectangular bastante amplio. Si me asomo por los barrotes de la puerta veo un pasillo oscuro, y creo que hay más celdas, estas para hombres, supongo. En la pared del fondo, a la derecha, y un poco elevada, hay una ventana bastante grande también, con barrotes. Cada mañana los rayos del sol entran a través de ella, de manera oblicua, pero apenas llegan a calentarme. Aquí siempre hace mucho frío. Los ladrillos son oscuros, y la luz que entra del exterior es solo la justa para poder hacer las actividades normales. En el centro de la habitación parece haber una columna ancha. Aunque no lo veo claro del todo, tengo la sensación de que tienes que rodearla para recorrerla en su totalidad. A lo largo de todas las paredes hay bancos anclados con cadenas. No creo que haya una cama propiamente dicha. Para dormir me acurruco en un rincón, encima de uno de esos bancos, y me cubro con una fina y raída manta que apenas llega a abrigarme. En la parte de la derecha hay una pequeña mesita y un taburete o silla pequeña. Uso la mesa básicamente para comer. Suelen dejar la comida en una abertura que hay en la puerta, pero nunca me dan cubiertos y tengo que comer con las manos.
Parte 2.