A mí me pasó la noche del 19 de septiembre, con una canción llamada “Trial by fire”, de uno de mis grupos de rock favoritos de todos los tiempos, Journey. Fue uno de esos momentos que duran apenas unos segundos pero tienen un profundo significado, y si no vuelves a evocarlo en breve, ya lo has perdido. Lo pierdes igual que pierdes los sueños cuando te despiertas por la mañana y ya no recuerdas lo que estabas soñando, lo que estabas pensando, eso que te parecía que nacía de una inspiración que nunca alcanzas en estado de vigilia. Curiosamente un par de días antes había visto un documental (bastante decepcionante) sobre sueños lúcidos, y comentaban justo eso: un músico afirmaba que componía mucho mejor en sus sueños que en la vida real. El problema es que luego le costaba recordar la melodía que había creado. Pues con la hipnosis o la meditación es igual: la “inspiración” es breve. Y si logras transmitir algo de lo que viste o sentiste en ese momento, va a ser solo un reflejo difuso de lo que fue.
“Trial by fire” siempre ha sido una canción que me ha transmitido mucho, desde mucho antes de que recordara vidas pasadas. El ritmo tan inusual, el sentimiento que percibes en la temblorosa voz de Steve Perry (posiblemente el mejor cantante de la historia), esa especie de calma contenida que hay en la melodía… A mí siempre me hace imaginar a un hombre de rodillas, exhausto, que no ha dejado de luchar, pero que aún se ve frente a un nuevo juicio, o una nueva prueba, y por un instante pierde su energía y desea que todo acabe. Cuando realmente quieres seguir, pero te cuesta encontrar las fuerzas.