Aún así, toda crisis lleva aparejada cierto tumulto interno, y si estás atento, es en los momentos de crisis cuando mayor conexión puedes encontrar con tus vidas pasadas. Ya hablé del agotamiento físico y mental que traía tras las vacaciones y cómo eso me hizo conectar con Katrina. Ahora también me he sentido un poco como ella. Me suele pasar cuando veo todo derrumbándose alrededor, ya sea en sentido literal como cuando pintamos la vivienda, o en sentido figurado como ha ocurrido con el foro. Pero sobre todo he conectado con Roderic, curiosamente cuando menos estaba pensando en él. Ante las adversidades, siempre me sale la vena luchadora, esa que dice “I can’t stop fighting”. El espíritu del guerrero… ese que me lleva a vivir en un estado de alerta constante, ese que no me permite rendirme. Así es como morí en mi vida como Roderic, y poco a poco estoy identificando el porqué de mi ansiedad. Pero, como todo guerrero, Roderic tiene también sus momentos de debilidad, aunque no pueda reconocérselo a nadie, con todo lo que eso implica. Es como aquella frase que dice:
Hasta ahora tenía muy claro que Roderic estaba detrás de otro personaje totalmente distinto (un capitán de la guardia en época medieval con sus propios demonios personales) que creé para mi otra novela. Pero nunca habría reparado en los paralelismos tan claros y contundentes que existen en mi historia del espacio.
Parte del diálogo para una próxima escena se dibujaba de esta forma en mi mente:
Gareth y yo vamos o venimos (o ambos) de la “ciudad”, es decir, yo diría que del mercado que está a las afueras de lo que sería Galway. Vamos por una especie de calzada, de piedra grisácea, de adoquines, pero es lo único que hay construido aparte del castillo que vemos al fondo. Diría que solo hay una parte de este camino adoquinado, que es por donde van los carros, y al otro lado es tierra nada más. Hay un murete de piedra que quedaría a nuestra izquierda, no muy alto, quizá hasta la cintura de un adulto o incluso menos. Cerca de ese murete va nuestro carro, tirado por un caballo o una mula, y diría que sin pescante ni nada, todo muy rudimentario. Es probable que nuestro padre guíe al animal desde abajo. El carro es pequeño, lo usamos para llevar las provisiones, y va un poco inclinado, por eso creo que se engancha directamente al animal y solo tiene dos ruedas. Pero eso yo no lo llego a ver. Solo veo que vamos andando por este camino, a veces trotando, subimos y bajamos del carro, como jugando, alegres. Veo a Gareth muy claramente. Él debe tener diez años como mucho, veo su cara de niño con los mechones de pelo moreno despeinados y con mofletes algo colorados. Yo debo tener unos pocos años menos, quizá siete o así. Y según avanzamos, sentados en el carro mirando hacia atrás, veo niebla que sube de la parte de la izquierda. Por eso pienso que tal vez es un puente que estamos atravesando, y a ese lado queda el río.
El ambiente es gris, pero no estamos en invierno, porque nuestras ropas son ligeras, incluidos los zapatos. En algún momento siento que he pisado algo, algo se me ha clavado en el pie izquierdo, siento el dolor punzante cerca del talón, y cómo la sangre brota y comienza a humedecer la tela. Me quejo, comienzo a cojear, Gareth se preocupa de mí y se da cuenta de lo que ha pasado, y me alaba porque no me he quejado demasiado y no he llorado. Lo siguiente que veo es que estamos en casa y nuestra madre me cura el pie. Extrae el clavo o lo que sea y me venda el pie. Veo las botas de cerca: la suela no es muy gruesa, no sé de qué está hecha, pero sí sé que el resto es de piel (parecido a ante), y lo cosemos con los mismos cordones que uso en las muñequeras de mayor. Quedan unas botas muy chulas.
(Regresión 28-4-2012).