Acabé el libro que me estaba leyendo sobre la batalla de Tolón y empecé a leerme otro. Este fue escrito a principios del siglo XX y por tanto es menos fiable, por eso lo dejé para más tarde. Es interesante porque hace una recopilación de los documentos históricos existentes, entre ellos los registros de los juicios por tribunal militar que tuvieron lugar después de la batalla o incluso extractos de los diarios de a bordo de los almirantes. Sin embargo, también detecté algunos errores, como por ejemplo decir que después de mi muerte tomó el mando mi sobrino, cuando en realidad era mi primo. Y lo peor de todo es que el autor no hace mención alguna a mi muerte, así que no me sirvió para mucho.
Mientras leía, esperando encontrar algo nuevo sobre mi muerte, estuve dándole vueltas a la cabeza sobre la cuestión de las verificaciones. En general, parece que tener un mayor número de recuerdos verificados hace más creíble tu afirmación de que fuiste tal persona en una vida pasada. Pero los investigadores no suelen tener en cuenta —quién sabe por qué razón— que la memoria no es exacta. Y además, según hemos observado los que recordamos vidas pasadas, nuestra mente suele estar menos interesada en los datos concretos y verificables de esa vida que en la parte emocional. Esto complica las cosas. Dificulta nuestra tarea de investigar y averiguar finalmente —solo si es posible— que esa persona cuyos recuerdos parecemos tener, existió de verdad. Si esa persona fue, al menos, medianamente conocida en su época, es un poco más fácil. Pero solo un poco.