Acabé el libro que me estaba leyendo sobre la batalla de Tolón y empecé a leerme otro. Este fue escrito a principios del siglo XX y por tanto es menos fiable, por eso lo dejé para más tarde. Es interesante porque hace una recopilación de los documentos históricos existentes, entre ellos los registros de los juicios por tribunal militar que tuvieron lugar después de la batalla o incluso extractos de los diarios de a bordo de los almirantes. Sin embargo, también detecté algunos errores, como por ejemplo decir que después de mi muerte tomó el mando mi sobrino, cuando en realidad era mi primo. Y lo peor de todo es que el autor no hace mención alguna a mi muerte, así que no me sirvió para mucho.
Mientras leía, esperando encontrar algo nuevo sobre mi muerte, estuve dándole vueltas a la cabeza sobre la cuestión de las verificaciones. En general, parece que tener un mayor número de recuerdos verificados hace más creíble tu afirmación de que fuiste tal persona en una vida pasada. Pero los investigadores no suelen tener en cuenta —quién sabe por qué razón— que la memoria no es exacta. Y además, según hemos observado los que recordamos vidas pasadas, nuestra mente suele estar menos interesada en los datos concretos y verificables de esa vida que en la parte emocional. Esto complica las cosas. Dificulta nuestra tarea de investigar y averiguar finalmente —solo si es posible— que esa persona cuyos recuerdos parecemos tener, existió de verdad. Si esa persona fue, al menos, medianamente conocida en su época, es un poco más fácil. Pero solo un poco.
Sin embargo, en ese libro que mencioné al principio sí que encontré otra joya: las palabras que intercambié con uno de los almirantes antes de que atacáramos la flota española. Eso me emocionó. Parece ser que lo que dije acabó de decidir al almirante, que se encontraba un poco indeciso sobre lo que hacer, lo que no significa que yo estuviera de acuerdo con el momento que eligió o la forma en que lo hizo. No recuerdo nada sobre esa conversación, así que no puedo decir apenas nada sobre ella, excepto que mis palabras parecen traslucir que estaba disfrutando todo lo que se puede disfrutar en la víspera de una batalla, que creía en lo que estaba haciendo y estaba dispuesto a llegar hasta el final... en definitiva, tal y como comentaba en mis anteriores entradas, viví esa vida con pasión. Esas palabras parecían confirmar una sensación que había tenido solo la noche antes...
Mientras estaba meditando, después de ver escenas de lo que parecía ser otra vida, mis pensamientos se fueron hacia James. “Daría lo que fuera por ver un día normal en el barco”. Y casi lo conseguí.
Empecé a sentir los maderos bajo mis pies, a escuchar el sonido característico cuando pisas sobre ellos con firmeza. Vi que subía unos escalones y supe que me dirigía hacia el castillo de proa. Por delante se veía el bauprés (palabra que acabo de aprender, normalmente diría “un palo que sale de la proa”), y por arriba sentía (más que veía) la presencia de muchas cuerdas. Dirigí mi mirada al horizonte y vi un sol rojizo muy próximo al mar. Al principio dudé si estaba anocheciendo o amaneciendo, pero al cabo de un rato decidí que el sol se estaba poniendo porque su color era muy rojo y el cielo estaba muy oscuro. Supuse que íbamos hacia el oeste, y de algún modo supe que regresábamos a casa desde las Américas. Di las últimas órdenes del día (echar el ancla, arriar las velas) y me permití a mí mismo un momento de calma, con las manos cruzadas a la espalda, sintiéndome orgulloso de haber acabado un día más con el trabajo bien hecho. Respiraba profundamente, disfrutando de la paz y el paisaje. Me dije a mí mismo: “Este momento debería durar para siempre”, como muchas otras veces he pensado también en esta vida.
Alguien me pregunta: “Capt’n, will you go down soon?” A lo que yo respondo: “Yes, in a while.” La cubierta se va quedando vacía, solo quedan los hombres que harán la guardia (the men-in-watch, me viene a la mente). Según la negrura de la noche va cayendo (pitch black), se van encendiendo unas lámparas de aceite (lanterns) a lo largo de toda la cubierta. La imagen es preciosa, espectacular. Es como si la estuviera viendo ahora mismo. Sé que es hora de cenar y me reuniré con los oficiales en breve. Según desciendo los escalones, le digo a un marinero, señalando una pequeña vela en lo alto: “See that sail is repaired for tomorrow.” Voy siempre revisando todo y ordeno muy educadamente a los hombres lo que quiero que hagan. Lo hago de manera muy natural y con muy buenos modales. Siento que me gusta ver a mis hombres a gusto. Sé que ahora tienen un rato de esparcimiento y lo veo no solo como algo necesario, sino también justamente merecido.
Entonces voy a mi camarote, bastante estrecho si lo comparo con lo que he visto en algunas películas. Tengo un pequeño escritorio y ahí escribo en el diario de a bordo, poniendo un farol a mi izquierda. Mi última obligación del día consiste en apuntar la distancia que hemos recorrido, la latitud y longitud del punto geográfico donde nos encontramos (supongo que eso lo medimos con el sextante), y por supuesto, cualquier incidencia que haya podido ocurrir. Por fortuna, hoy ha sido un día tranquilo. También tengo que calcular la ruta para el día siguiente.
Una vez que he hecho todo eso, me desabotono la camisa y me pongo algo más cómodo para ir a cenar. Un oficial entra y me pregunta si tengo alguna orden más para él. Le digo que no, que puede retirarse (he is dismissed). Lo dice de manera muy cortés pero con mucha confianza, más como si fuera un amigo que un subordinado. Antes de que se cierre la puerta, le digo que si ve al pequeño X debe recordarle que se pase a recoger mi ropa para lavarla. (No recordé su nombre, pero me vino a la mente la imagen de un chaval de no más de doce años. Podría haber sido un grumete o un aspirante a oficial).
(Regresión del jueves, 16-2-2017).
Lo último que vi fueron unos cortos flashes de la cena con los oficiales, momentos que también atesoro en mi memoria. Compartir comida y bebida, conversaciones ligeras, y una buena partida de cartas antes de irnos a dormir.
Todo estaba bien. Todo era perfecto. Eso sí que era disfrutar de la vida.
Me encanta estar en past life mood de la Marina Británica. Es como si todo hubiera cambiado a mi alrededor pero yo sigo siendo James, el joven James, cuando luchaba por un sueño y con esfuerzo conseguí hacerlo realidad. Hoy en día me gusta llevar botines negros porque son muy parecidos a las botas negras que llevaba como oficial de la Marina; me encanta escuchar el sonido de los tacones en el empedrado de las calles. Este past life mood no tiene nada de traumático. Me hace sentir que no soy un ciudadano común. Al contrario, la protección de las personas que me encuentro por la calle está en mis manos. Ellos no lo saben, pero pueden vivir en paz gracias a nosotros. Me hace sentir genial saber que formo parte de un grupo de capitanes, no muy abundantes en la época, a quienes llaman cuando hay que pilotar un barco de guerra y defender a la nación de los enemigos. Me hace sentir orgulloso haber llegado a donde estoy. Me hace emocionarme cuando me veo reflejado en Russell Crowe en la película Master & Commander.
“Hoy tenemos que ser soldados. Soldados. Y eso significa que importa una mierda lo que nos pase.”
Parece ser que aquel día decidí que tenía que ser un soldado. Y sin saberlo, fui directo hacia la muerte. Pero me hace muy feliz saber que mi muerte fue lamentada y llorada por todos los implicados, incluyendo a mis propios hombres. No hay mayor honor que ese. Así habla de mí una de las fuentes consultadas:
“He was determined either to conquer or die; this was his inflexible resolution, and he strictly adhered to it to his last gasp.”