Vale, seré sincera. Acepté porque siento que aún me quedan recuerdos por procesar relacionados con una de mis vidas pasadas. Justo el fin de semana pasado fui de visita al antiguo piso donde conviví años con mi pareja, ya que íbamos a asistir juntos a una jornada de clases sobre técnicas energéticas y de meditación. Mientras yo estaba ya en la habitación quitándome los zapatos, oí cómo cerraba la puerta de entrada y me invadió una extraña sensación interna que sin duda no se debe a nada de mi vida presente. Era la sensación de que había cometido un grave error volviendo a ese sitio. Mi pensamiento fue: «A ver si no voy a salir de aquí nunca más». Estoy casi convencida de que se debe a mis experiencias en mi vida como esposa maltratada, de la que tengo recuerdos muy concretos bastante terribles, aunque no puedo descartar que la casa también pueda ejercer cierta influencia en mi mente. Por sensaciones subjetivas, información recibida a través de meditaciones, sueños e incluso un par de psicofonías, me consta que en ese lugar convivieron al menos un maltratador y dos mujeres aterrorizadas. Pero me inclino por pensar que ese pensamiento fue todo mío, en ese momento.
Al principio no sentí nada. Nada más allá de lo normal, quiero decir. La oscuridad de mis párpados, los colores verde y violeta que suelo ver como un oleaje, el sonido de mi respiración… Pasados unos diez minutos empecé a notar un extraño hormigueo en manos y pies, y después en la zona del plexo solar. Seguí observando.
Ya estoy muy acostumbrada a los dolores extraños que se pueden presentar mientras meditas, así que no me sorprendí de las sensaciones que tuve a continuación, que me imagino que son normales en cualquier sanación energética que se precie (mi opinión es que la sanación energética no necesita de ninguna etiqueta, y estoy segura de que recordar vidas pasadas en meditación ya tiene un efecto sanador de por sí, ya que es la catarsis la que proporciona esa sanación). Sentí una especie de leve presión en el pómulo izquierdo, a lo que siguieron las primeras imágenes de mi vida pasada como Susan. Curioso que yo no puse ninguna intención en obtener recuerdos de esa vida, ni tampoco la terapeuta, pero es lo que empezó a salir. Creo que esa sensación se corresponde a una de las primeras bofetadas que me dio mi marido, probablemente con un anillo en su mano. Me hizo sangre y se formó un bonito hematoma, pero el dolor no es nada comparado con el sentimiento de impotencia y humillación.
Vi a mi marido como pocas veces le había visto antes: primero solo su levita negra, con un reloj de cadena guardado en su chaleco. Su rostro enjuto, serio y avejentado, su pelo gris, ralo en la coronilla. Cuerpo delgado y de estatura media. Me llamó la atención su bigote, también gris, con pelos largos colgando a lo largo del labio superior. Se supone que era un exitoso hombre de negocios.
Luego vi una angosta escalera, de madera gris. Yo estoy en la parte de abajo, y miro hacia arriba enojada porque ha cerrado la puerta y no puedo salir. He tenido recuerdos de encierros antes, en otros lugares, pero ninguno parecía un sótano como este. Lo hace como si creyera que soy una niña pequeña que necesita escarmiento, y sé que a veces me mantiene ahí durante días, pasando hambre y frío.
Más sensaciones corporales, en otras parte de mi cuerpo que prefiero no nombrar. Era como si estuvieran recorriendo mis chakras, equilibrándolos, soltando todo lo que no debe estar ahí.
Recuerdos repetidos de mi yegua gris, y cómo la montaba para huir a un cobertizo que posiblemente teníamos en un gran terreno. Ella era uno de los pocos seres que me proporcionaba algo de alivio en aquella época, más y más oscura según pasaron los años, incapaz de superar los traumas producidos en mi primer matrimonio y cambiar el fatal destino que me esperaba si no conseguía rectificar el camino.
Después de media hora o tres cuartos, el torbellino de emociones y las lágrimas se detuvieron y comencé a sentir cierta paz, un peso que se aligeraba. Casi ni me enteré de la primera hora, tan inmersa estaba en la experiencia. El final de la sesión, que duraba hora y cuarto, fue muy tranquilo, sin nada importante que relatar.
He de decir que no he sentido nada que no hubiese sentido ya en otras ocasiones, meditando por mi cuenta. Sí que es verdad que cuando se hace acompañado las energías se intensifican y la experiencia suele ser más productiva, como he podido comprobar en varias meditaciones conjuntas con usuarios del foro. Esta vez también se ha dado esa intensificación, y ahora veremos cuáles son los efectos a largo plazo. Mi objetivo era dejar atrás ciertos patrones mentales relacionados con la economía: romper de una vez por todas con la idea de que necesito a un hombre para no acabar en un burdel tratando de ganarme la vida por mi cuenta, por ejemplo. Creerme de verdad que puedo ser autosuficiente y que me merezco una vida en libertad absoluta, no supeditada para siempre a alguien por el mero hecho de ser una mujer en una sociedad que pretende tener todo planeado para ti, y si te sales de ese rol, te llaman histérica y te envían a un sanatorio mental. Demostrarme a mí misma que tal vez, en otras circunstancias, y con la mente en sus cabales, podría haber evitado la horca.
Además, y esto es lo más sorprendente de la experiencia: a ella no le había pasado antes, pero vio a la altura del pecho a un hombre de unos cuarenta y tantos o cincuenta y pico años con bigote 😳. Y a la altura del abdomen un niño rubio de siete a nueve años, peinado al lado, con camisa blanca y chupando un lápiz mientras pensaba qué escribir 😳 😳.
El hombre no hace falta que diga quién era, seguramente fui yo la que le transmitió la imagen, porque era lo que yo estaba viendo en mi mente. Del niño no estoy tan segura, pero sospecho que podría ser Jérôme de pequeño. Curiosamente en esa vida fui aprendiz de carpintero desde una edad muy temprana y llegué a tener mi propio negocio, lo cual podría estar relacionado con el tema económico que es lo que nos ocupa.
Por supuesto, la terapeuta no sabía absolutamente nada de mis recuerdos de vidas pasadas.