Por ello, me hacen gracia aquellos que dicen que en el hospital tuvieron que hacer medicina de guerra. Sí, seguro... esto es lo mismo que la batalla del Somme en 1916. O igualito a que te destrocen el barco a cañonazos y el cirujano tenga que atender a docenas de marineros desangrándose a la vez, amputando piernas y brazos a diestro y siniestro. Los llaman héroes y encima se lo creen, no se puede ser más estúpido e ignorante. Pero en fin… vivimos en una sociedad infantiloide, así que no sé de qué me sorprendo.
Aparte de esto, tengo la sensación de que esta etapa es mi prueba de fuego, como le decía hace solo unos minutos a un lector de mi otro blog Soy reencarnacionista. Muchas veces me he preguntado por qué he recordado todas estas vidas pasadas, por qué ahora, y para qué me ha servido. Siento como si todas esas vidas estuvieran confluyendo justo en este instante, como si ahora fuera el punto perfecto para su continuación. Sin embargo, no creo que tenga que continuar nada, la verdad, porque no creo que existan buenas o malas decisiones. La vida no consiste en hacer siempre lo correcto o tomar la mejor de las decisiones, sino en vivir y analizar las consecuencias, porque hayas hecho lo que hayas hecho, siempre podrás aprender algo. Más bien creo que lo que aprendí en cada una de esas vidas me está siendo útil justo ahora, y que por eso las recordé, porque necesitaba esa información para saber mucho mejor qué debo hacer ahora.
- En mi vida como Roderic luché contra la opresión de un sistema feudal que ni siquiera me permitía alimentar a mi familia con la caza. Vivía rodeado de borregos que excusaban a los poderosos por simple miedo a las represalias. Los despreciaba por ello. Mi obstinación me llevó a la horca, cometí algunos errores. Pero al menos no perdí en ningún momento mi dignidad ni mi orgullo.
- En mi vida como Jérôme tenía, como ahora, mi propio negocio relacionado con la madera. Tuve que luchar contra la opresión de un gobierno que supuestamente venía a defender la igualdad, la libertad y la fraternidad, pero que en la práctica nos quería aplastar con impuestos, robándonos el fruto de nuestro trabajo y no permitiéndonos prosperar. Acabé fusilado en una plaza y lamenté dejar sola a mi familia. No estuvo bien que se derramara tanta sangre. Pero al menos luché por defender mis derechos y no perdí en ningún momento mi dignidad.
- En mi vida como Katrina fui lo suficientemente fuerte como para salir adelante casi en soledad absoluta, creyendo en mí misma y abandonando mi ciudad, para ejercer mi profesión allí donde fuera necesario. Pero la guerra truncó todos mis sueños, destruyó mis esperanzas y mi futuro. Actualmente existe el mismo riesgo, aunque muchos no quieran verlo aún.
- En mi vida como Fritz conocí el significado real de la palabra «freiheit» («libertad» en alemán). Conocí lo que es verte rodeado de vecinos espías, dispuestos a delatarte si haces algo en contra de las normas. Conocí lo que es sentirte prisionero en tu propia ciudad. Fui testigo del levantamiento del muro de Berlín y de cómo se dividía esa ciudad. Hoy haré lo que sea por no volver a presenciar la pérdida de esa libertad. Parece que la gente (en cualquier parte del mundo) ya no se acuerda de lo que nos costó conseguirla. Pueden convertirse en borregos si quieren, pero yo no cederé mi libertad por culpa de su miedo y su ignorancia.
Podría pensar que muertes prematuras impidieron la consecución de mi objetivo, ganar una causa justa, y que ahora, con esta nueva oportunidad de luchar por otra causa justa, las cosas irán bien por fin. Sin embargo, no pienso así. Solo hay que echar un vistazo a la historia para ver que las causas justas pocas veces acaban bien. Pero el final no es lo que importa. Lo que importa es la lucha. Todos deberíamos tener claro de qué lado nos vamos a posicionar cuando un escenario como el que estamos viviendo se haga realidad. No estamos aquí para sobrevivir. La muerte no existe. Estamos aquí para luchar por el bien, pase lo que pase.
Es en momentos como estos cuando me pregunto qué haré si las cosas se ponen feas, si tenemos que salir a la calle en otra revuelta más, para protestar por medidas estúpidas e innecesarias que solo pretenden controlarnos y encerrarnos en nuestras casas en contra de nuestra voluntad. Me pregunto si seré capaz de dejarlo todo y huir al monte, con el fin de no perder mi dignidad ni convertirme otra vez en esclavo de nadie. Me pregunto qué haré si tengo que defender la vida de nuestros ancianos, condenados a morir solos por la amenaza de un virus cuya existencia ni siquiera está demostrada.
Y resulta que hace unos días, durante un breve viaje astral, me llegó la respuesta, tal vez. Pidiendo a mi guía que me enseñara una pequeña visión del futuro próximo antes de dormirme, de pronto me sentí flotando encima de mi cama. Lo veía todo negro, como otras veces, pero en el centro de mi tercer ojo surgió una clara cruz roja, exactamente igual a la de la organización médica. La imagen era algo así:
¿Es ese el futuro al que vamos? ¿Un futuro totalmente deshumanizado, un futuro de robots esclavos del sistema?
Tuve la sensación de que aquello debía significar algo, así que busqué si la cruz roja tenía algún simbolismo. El propio creador de la Cruz Roja definió así a la organización:
«El Comité Internacional de la Cruz Roja, organización imparcial, neutral e independiente, tiene la misión exclusivamente humanitaria de proteger la vida y la dignidad de las víctimas de los conflictos armados y de otras situaciones de violencia, así como de prestarles asistencia.»
¿Es esta mi misión para los tiempos que vienen?
Aún no lo sé. Lo que si sé es que ninguna de mis vidas pasadas quedará decepcionada por las decisiones que tome en esta vida. No tengo miedo. Lucharé por mis derechos como hice siempre. Moriré de nuevo si no hay otra forma de conservar mi libertad. Y, por supuesto, prestaré mi ayuda a todos lo que la necesiten.