Este año eso es lo único que he sentido relacionado con mis vidas pasadas: ese mismo vacío que nunca jamás se irá, porque los que pasan al otro lado ya no vuelven nunca tal y como fueron, y lo que perdimos, perdido está. Pero es un vacío que año tras año se ha ido haciendo más y más pequeñito, según aprendía a apreciar las pequeñas cosas que tenemos, en las que la mayoría de la gente no repara. Bueno, en realidad lo tenemos todo. Tenemos vida, tenemos paz, tenemos a gente querida y que nos quiere a nuestro lado. Veo a la gente ir y venir buscando los regalos perfectos para sus parientes, pero me pregunto cuántos de ellos se habrán dado cuenta de que son ellos mismos el mejor regalo potencial que existe. Y digo potencial porque muchos pensarán al leer estas líneas: “Sí, yo sí lo sé”. Posiblemente muchos lo sabrán, lo sabrán de verdad. Pero otros muchos no. Otros acudirán a sus cenas familiares como una obligación más, con sonrisas postizas y con el único deseo de que el tiempo pase rápido, sin reparar en que ese tiempo es el más valioso que tendrán nunca. Como piensan que las guerras solo afectan a países lejanos y a niños que salen en las televisiones como reclamo para que hagas donaciones a ONG’s, no valoran la presencia de sus seres queridos ni la paz que por fortuna disfrutamos ahora. No son capaces de imaginar que alguna vez sus hijos o maridos tuvieron que pasar la Nochebuena en el frente, luchando una guerra que ni siquiera era suya, inmersos en una violencia que no tenía ningún sentido, porque no puede haber violencia con sentido.
Ignorantes de esa realidad, de la realidad de las guerras que pueden repetirse en cualquier momento, de la realidad de la reencarnación, esas personas siguen celebrando el nacimiento de Alguien que vino al mundo para decirnos que era hora de amarnos unos a otros, con vanos regalos y más derramamiento de sangre de inocentes, justo lo contrario de lo que Él quería. Cuando por fin tus ojos se abren, es difícil aceptarlo, más difícil aún comprenderlo. Como ya expliqué cuando hablé de mi alma cátara, es en Navidad cuando mis sentimientos religiosos (los pocos que tengo) se enfrentan a una realidad que nada tiene que ver con el verdadero espíritu navideño. La gente no sabe lo que tiene. La gente no entiende qué es el verdadero Amor, qué es la verdadera Paz. Yo lo tuve claro la tarde del 24, cuando el misterioso chico del arpa se cruzó en mi camino y me regaló una melodía que me llegó a mi alma llena de agujeros. Probablemente solo cuando muera sabrá cuánto Amor me transmitió aquella tarde, cuánto puede significar un gesto tan simple como tocar el arpa en la calle sin esperar nada a cambio salvo quizá un aplauso y un par de monedas. Eso es un verdadero regalo, los que hacemos generosamente desde el fondo de nuestros corazones, los que en apariencia no tienen ningún valor. Por un instante fui Katrina en una noche oscura en Praga en la mitad de una guerra, completamente sola, añorando a la única persona que alguna vez se había interesado por mi bienestar, aquel soldado alemán que primero me robó mi corazón y después mi vida. En aquellos tiempos me faltaban tantas cosas que solo esa melodía me habría bastado para ser feliz, para poder soñar con un mundo mejor y una paz que nunca llegó.
Somos inmensamente afortunados de estar aquí, vivos y en paz, pero muy pocos lo saben de verdad…