He mantenido esta vida prácticamente en secreto durante años. He mencionado algún que otro detalle en los foros pero nunca antes he hablado en profundidad sobre ella, aunque mi desprecio por las religiones siempre ha sido más que evidente. La razón principal es que algunos de los hechos que recuerdo sugieren que en el seno de la Iglesia se libraba una batalla más propia del libro Ángeles y demonios de Dan Brown que de la realidad. Y evidentemente, no solo me interesa transmitir cierta credibilidad en lo que cuento, sino que tampoco quiero precipitarme y dar por ciertos algunos recuerdos sin haberlos confirmado antes, al menos parcialmente. Sin embargo, muchos sabemos que la realidad siempre supera a la ficción. Y si bien es una vida que resulta especialmente difícil de verificar porque es una vida muy antigua y trata con asuntos que debían mantenerse en secreto, he encontrado en fuentes heterodoxas más de un indicio de que mis recuerdos son perfectamente plausibles. Aún así, aunque me haya decidido a hablar de ellos, siempre han de tomarse con prudencia.
Hay además una razón secundaria por la que no he hablado mucho de esta vida hasta ahora: formaba parte de una hermandad secreta y juré silencio. Casi quinientos años después, romper ese silencio se sigue sintiendo como romper un juramento, algo que no debería hacer. Esto, que parece una tontería, les ocurre también a muchas otras personas que recuerdan vidas pasadas. Mi teoría es que los juramentos dan lugar a fuertes patrones mentales que junto a las emociones quedan grabadas en nuestra alma y pueden seguir afectándonos en las vidas siguientes. No es que el Universo te pueda castigar por romper ese juramento o esa promesa que le hiciste a alguien. Igual que en el caso del karma, lo que importa es lo que tú creas con tu mente, lo que tú crees que está bien y está mal. Nosotros mismos nos hacemos prisioneros de nuestras propias emociones y pensamientos. Si quieres librarte de algo que te ata, eres tú y solo tú el que tiene el poder de romper esas cadenas, en el momento que decidas. Parece ser que ya no siento ninguna atadura respecto a ese juramento de silencio. Y tal vez esté relacionado también con cierta hostilidad hacia la Iglesia Católica y las religiones en general que he sentido casi desde que nací y que ahora parece estar atenuándose —aunque no puedo decir que haya desaparecido completamente.
Hablaré de estos episodios en futuras entradas.
Lo que quedó después de todo aquello es un amor aún vivo por la figura de Jesús (que no Jesucristo) y un gran desprecio por los que ostentan el poder en las instituciones eclesiásticas y utilizan la religión como medio de controlar a los seres humanos. Nunca he podido soportar la hipocresía, pero si viene de aquellos que afirman actuar en nombre de Dios, me afecta aún mucho más. Tal vez porque obedecer los mandamientos y torturar a gente o quemar a supuestos brujos y brujas en la hoguera es totalmente incompatible. Y eso, para mí, sigue siendo imperdonable. Mi tolerancia hacia los seguidores de la secta católica es nula, porque no puedo olvidar el pasado. Y también porque, tal vez, haber fracasado en su aniquilación y ser testigo de cómo continúan engañando a las masas, me sigue doliendo en lo más profundo de mi ser.