La razón principal por la que estoy investigando más esta vida es porque quería saber si es verdad que esa rigidez o inflexibilidad que parece ser un rasgo de mi personalidad —a la que he hecho referencia en anteriores entradas— proviene de Reginald. Bueno, ya sé que al ser un rasgo de mi personalidad, no es que solo pertenezca a Reginald. Sé que es un rasgo que ha estado presente, en mayor o menor intensidad, en muchas de mis otras vidas, especialmente cuando he sido capitán de barco (por la cuenta que me traía) o cuando se trataba de perdonar malas decisiones (mías o de amigos cercanos). Lo que quiero saber es hasta qué punto estaba presente también en Reginald. Pero de esto me ocuparé en profundidad en otro momento.
Por fortuna las cosas se fueron aclarando. Pero empecemos por el principio...
La primera vez que oí ese nombre fue, como suele ocurrir muchas veces, en respuesta a una pregunta que me hice en medio de una regresión: “¿Quién me ha enseñado estas cosas?” Mi pensamiento se fue directamente a mi instructor, y oí una voz que procedía de mi juventud: “La Inquisición destruye libros, Antóine”. Nuestra labor —la de la hermandad secreta— era conservarlos. Y por ello ahí me veía, ocultándonos en una cripta de un castillo con legajos y reliquias que nos podían conducir a la muerte si éramos capturados con ellas.
Bien, pues parece ser que la opción correcta es la segunda, es decir, mi nombre Antóine era mi nombre dentro de la hermandad secreta. Digo esto por dos hechos fundamentalmente. El primero también tiene relación con el momento en que dos hombres me sorprendieron mientras estaba dormido en un bosque, en el camino hacia el norte de España después de haber adquirido el libro. Uno tenía apariencia de guerrero o soldado. El otro era una persona religiosa que vestía un hábito negro. Tuve la impresión de que este cura o lo que fuera se dirige a mí llamándome Antóine, pero no de una manera precisamente cariñosa. Y cuando pronuncia mi nombre pienso que eso es señal de algo muy malo: o bien me ha descubierto y sabe que pertenezco a la hermandad, o bien alguien de la hermandad nos ha traicionado y le ha dicho mi nombre al cura. En cualquier caso, estamos jodidos... lo que también explica mi posterior comportamiento en el hospital.
El segundo es que en una de mis regresiones tuve la sensación de que la persona que estaba conmigo me llamaba así porque también pertenecía a la hermandad y conocía ese nombre. Estábamos en una misión un tanto sangrienta que quizá algún día me atreveré a contar en su totalidad (pero no prometo nada). Aquí está solo una pequeña parte:
Estoy de nuevo en el pueblo. Veo edificaciones de piedra de color arenoso, un mercado de aspecto medieval, con puestos de madera, con animales vivos para vender, y mujeres que llevan una especie de corpiño de cuero apretado con cordones, y faldas largas. Calles empedradas o de tierra. Estoy sentado frente a una mesa, pero parece que esta vez es al aire libre, aunque podría haber un tejadillo de madera. Me viene muy claramente la cara de un joven sentado a mi izquierda. Tiene el pelo castaño y melena por los hombros más o menos. Sé que es la persona que estaba esperando, y sé que se llama Vincent, y él me conoce como Antóine, por tanto deduzco que los dos estamos en la Hermandad. Estamos hablando del hombre de negro. Sabemos que está en el pueblo, yo le vi en la posada o taberna o lo que fuera aquello, e incluso temo que pudiese llegar a reconocerme. Sabemos que está haciendo preguntas y es solo cuestión de tiempo que llegue al santuario. Tenemos que cumplir con la misión que nos han encomendado, pero estamos pensando en cómo hacerlo. Debemos sorprenderlo, debemos ser discretos, y no debemos dejarnos ver juntos mucho tiempo. El problema es que no sabemos cuándo nos volveremos a cruzar con él. Internamente me lamento de la juventud de Vincent… sé que soy yo el que debe hacerlo.
También, antes incluso de que entrara en la hermandad, mis compañeros comenzaron a llamarme así a veces. Quizá daban ya por hecho que me uniría a ellos. Después de todo, había estado en estrecha observación desde mi llegada a la escuela, y probablemente sabían cuál sería mi respuesta. Pero yo aún tenía mis dudas, y cuando llegó el momento de prestar juramento, necesité un tiempo para pensármelo. El que parecía ser el líder de la hermandad o al menos alguno de los superiores, habló conmigo para convencerme, y de nuevo me pareció oír el nombre de Antóine. Les pregunté por qué me llamaban así y me dijeron que ese sería mi nombre cuando me convirtiera en uno de ellos. Dijeron que había una razón, pero no de qué razón se trataba.
Finalmente recordé lo que pasó después de que saliera del hospital. Estaba impaciente por recuperarme lo suficiente como para poder viajar de nuevo, y me frustraba no poder hacerlo. Sentía que tenía que poner en conocimiento de la hermandad que habíamos sido traicionados, y también teníamos que decidir cómo íbamos a proceder con el traidor... Ya de regreso, probablemente en Francia, se convocó una reunión. Tengo incluso apuntado un año, que me vino a la mente en números romanos: MDLVII, 1557. Si es cierto que nací en 1533, debía tener por tanto 24 años, aunque ciertamente me sentía más viejo. También tuve la sensación de que esta era una de las primeras misiones a la que me había enfrentado solo... y había fracasado.
No me siento muy bien. Voy a acudir a la reunión secreta, que es en las ruinas de una ermita cercana (tenemos varios lugares de reunión que van cambiando), pero temo ese momento. Todo ha ido mal, casi ni lo cuento, y no sé qué dirán. Me levanto, abro el armario que está junto a la mesa y cojo una prenda de abrigo. Salgo de la habitación, cojo un caballo y emprendo la marcha. El lugar de reunión no debe de estar muy lejos. Por el camino me encuentro con otros dos caballeros. Llegamos y desmontamos. Ya estamos todos reunidos. Cuando llega mi turno les digo que mi misión fracasó por completo. “Cuéntalo desde el principio, pues las noticias te preceden”, me dicen. Les cuento que salí de Sevilla con el libro, pero alguien me atacó. Cuando me preguntan por la identidad del atacante, les digo que no le reconocí, pero él sí conocía mi nombre secreto. Son conscientes de la gravedad del asunto. Dicen que tendremos que mantener los ojos bien abiertos, y cuando estemos seguros de quién nos ha traicionado, actuar en consecuencia (es decir, habrá que eliminarlo). Yo me siento culpable, me ofrezco para volver a por el libro, pues sé que era muy valioso. Alguien dice (creo que no es el líder, sino alguien también importante pero que no está al frente, me da la impresión de que es el mayor en edad) “Ni lo sueñes, Antóine”. Dicen que ya habrá otra misión en el futuro con la que me pueda resarcir. Luego en privado este mismo hombre me aprieta el hombro y me dice que actué con valentía, que no me preocupe.