Cuando empiezo a sentirme así, lo primero que me pregunto es si no seré que me autosugestiono yo misma. Miro el calendario, es Agosto, la vida no es que vaya sobre ruedas, aunque no me puedo quejar... bueno, voy a deprimirme. Esto, en todo caso, podría ser aplicable a los últimos años, en los que vengo sospechando con más fuerza que algo muy terrible sucedió en este mismo mes, solo que en 1942. Antes, me deprimía y ya está, no sospechaba nada. Pero en aquel entonces las únicas razones a las que achacaba el sentirme así eran las hormonas, el final del verano, menos horas de luz, la aproximación de un curso más lleno de preocupaciones... Ahora, como ya he notado hace un año, y el año anterior, sé que no es casual que siempre me sienta así por estas fechas. Por alguna razón los aniversarios nos juegan malas pasadas a los reencarnacionistas.
Este año ni siquiera había reparado en ello. Pasó la primera quincena y apenas pensé en Katrina ni en la Segunda Guerra Mundial. Llegó el 17 de Agosto, estaba descansando cómodamente después de un fin de semana en el que no nos dejaron dormir por culpa de las fiestas del barrio... y de pronto empecé a sentir el peso en mi corazón: la honda tristeza, los deseos de llorar, las lágrimas que se quedan atragantadas y la inexplicable sensación de que ya no queda nada que hacer, nada por lo que luchar. Aún respiro, pero ya no estoy viva. En mi mente, siempre la misma imagen de una playa vacía en un pueblo costero de Francia, en la que decidí que se acabó. Desde ese momento al verdadero final, y de cómo acabé haciéndolo, parece no haber nada, apenas nada. Solo días oscuros de agonía en los que era poco más que un fantasma vagando de un lado a otro, tratando de encajar la pérdida de mi soldado alemán. Creo que sigo haciéndolo hoy en día (llorar, agonizar, vagar, aceptar).
Siempre apunto las fechas cuando siento que las emociones se hacen más intensas. Por desgracia aún no sé la fecha exacta de su muerte, de mi muerte, ni de los acontecimientos que precedieron a esas muertes. Tengo grandes sospechas de que él murió en Agosto, pero esto solo fue el hachazo final. Yo ya venía arrastrándome en una guerra que me supuso mucho más dolor del que jamás podría haber imaginado. Johann era el único que mantenía encendida mi esperanza. Yo era enfermera, pero no pude hacer nada por él. No sé dónde está enterrado. Ni siquiera sé si a mí me procuraron una sepultura medianamente decente. Al fin y al cabo ni siquiera pertenecía a su país. Apenas sé algo. Lo único que sé es que daría lo que fuera por saber más de él y poder tener un lugar donde ir a llorarle.