Muy poco a poco mi padre fue mejorando. Pasó tres semanas en la UCI y una semana más en una habitación del hospital. Nos aconsejaron que siempre estuviera presente uno de nosotros, pero este consejo no pareció ser igual de relevante para todos los miembros de la familia, por lo que al final solo algunos de nosotros nos quedamos allí por la noche. El máximo periodo de tiempo que estuve yo fue desde un lunes a las 11 de la mañana hasta un martes a las 6 de la tarde. Dormí unas cuatro horas y ayudé a mi padre en todo lo que necesitó. Cuatro días después le dieron el alta y pudo irse a su casa, donde a día de hoy sigue recuperándose lentamente.
La muerte no existe. Siempre digo que esa es la mayor certeza que me ha dado recordar vidas pasadas, y esa es una de las razones por las que me siento infinitamente agradecida. Además, me sentía agradecida por la oportunidad de vivir esta experiencia. Siempre me ha gustado vivir con intensidad. Mi vida actual es más bien aburrida, así que me vino bien cambiar la rutina por un tiempo, “trabajar” aunque no estuviera realmente trabajando y, sobre todo, observar con la distancia y la calma que me ha dado el yoga. Observarme a mí misma, mis emociones, y observar también a los demás, porque es en los momentos de crisis cuando sabemos de qué material estamos hechos cada uno. Personalmente, estoy muy contenta de mi forma de reaccionar. Solo me habría gustado ser capaz de controlar la furia interna que me produjo contemplar las acciones (o falta de ellas) de un miembro de la familia. En ese momento me olvidé de la compasión y olvidé que debemos evitar juzgar a otros. En mi favor, puedo decir que no me peleé con ninguno de mis hermanos, como sí llegué a hacer en al menos una ocasión en una de mis vidas pasadas, por razones similares.
He de decir que lo más difícil ha sido enfrentarme a mis propios miedos, a mis propias emociones. Sé cuánto me ha costado superar la pérdida de seres queridos en otras vidas. En la Segunda Guerra Mundial eso me llevó al suicidio. Las circunstancias siempre son distintas, y ni el tipo ni el grado de tristeza son comparables en cada situación: perder a una hija o a un hijo no es lo mismo que perder a un padre, o que perder a una pareja… también es distinto si eres tú el que tiene que partir. También depende de la naturaleza de la relación con esa persona: si fue buena o mala, si quedaron cosas por decir, asuntos pendientes… Con mi padre no ha habido nada de eso, así que por esa parte no tenía ninguna preocupación. Lo que más me dolía era verle sufrir, cuando estaba semi-inconsciente en la unidad de vigilancia intensiva y no podía apenas respirar en un primer intento de extubación. Medio sedado, no paraba de decir que no podía más. En ese punto sí que me planteé algunas cosas, como por ejemplo que es mejor estar muerto antes que estar sufriendo de ese modo. Algo que me molesta muchísimo de la medicina moderna es que el paciente, independientemente de la edad que tenga, es tratado como un niño desde que entra. Le ponen una pulsera con un código como a los recién nacidos. Pierde su intimidad. Le meten sondas por todos los orificios corporales posibles. Y si tiene que hacerse sus necesidades encima, se las hace. No me puedo explicar cómo en medio de la tecnología más sofisticada, aún no se ha resuelto algo tan sencillo como eso (o tal vez no es tan sencillo). Pero lo peor de todo es que no puede tomar decisiones. No le cuentan toda la verdad. No le preguntan si quiere morir o vivir. Se da por supuesto que todo el mundo quiere vivir, y tal vez haya alguien que no quiera pasar por todo eso solo por alargar la vida unos meses o un par de años más. Pero eso no importa para los médicos. Están todo el tiempo conviviendo con la muerte, pero se la ignora completamente.
Se me saltaban las lágrimas pensando en la angustia que debía de sentir mi padre, sin saber qué le había pasado, ni por qué debía estar inmovilizado en una cama de la UCI, por qué no podía respirar bien… Aunque, la verdad, no sé hasta qué punto se enteraba de algo, puesto que le mantenían bajo sedación, incluso después del coma inducido (otra práctica que me cuesta entender). Aquel día incluso necesité apoyo de una amiga con la que estuve hablando al teléfono una hora. Ella y otras amigas estuvieron enviando reiki a mi padre, lo que tal vez explicaría la visión que tuvo, según me explicó unos días después. Me dijo que mientras estaba en la UCI, solía cerrar los ojos para aislarse del ambiente y tratar de dormir, tarea casi imposible fuera de noche o de día. Pero cuando abría los ojos, podía ver arriba y enfrente de él, en el techo de la sala, una franja de color azul celeste con unos ojos también azules que le observaban. Cuando los veía se tranquilizaba inmediatamente, pensando “Si los veo, es que aún estoy vivo”. Cuando salió de la UCI, ya no los volvió a ver.
He comentado este incidente con otras personas y he recibido varias interpretaciones. Una de ellas es que podía haber sido una señal para mí, para que supiera que el reiki había hecho efecto. No descarto esta explicación, pero aun si fuera cierta, yo creo que es mucho más importante el efecto que tuvo en mi padre, que es una persona, no voy a decir escéptica, pero más bien partidaria de que tras la muerte no hay nada. Mientras me lo contaba, se emocionaba visiblemente, y pienso que eso es porque significó mucho para él: de algún modo supo que no estaba solo, supo que no tenía nada que temer, y que pasara lo que pasara, alguien estaba vigilándole por si necesitaba ayuda.
Ahora son muchas las preguntas que se hace mi padre. Cuando has visto la muerte tan de cerca, surgen las cuestiones trascendentales. Y yo doy gracias por poder responder a una gran parte de ellas, desde la experiencia y convicción personal, sin necesidad de recurrir a falsas creencias religiosas que solo enturbian la mente de los seres humanos.