Los verdaderos reencarnacionistas nos caracterizamos —entre otras cosas— por ver la muerte con otros ojos. La verdad es que no sé si mi visión de la muerte cambió después de que recordara vidas pasadas. Ya desde mi infancia fui distinta al resto de la gente y siempre sentí bastante indiferencia hacia ese tema. No entendía el porqué de “tanto alboroto” cuando un familiar moría (aunque quizá esto fue porque solo viví la muerte de mis abuelos maternos, no de alguien más cercano). No descarto que sea una especie de mecanismo defensivo, porque sé que en muchas otras ocasiones la pérdida de alguien querido me afectó profundamente, hasta el extremo de querer morir yo también. O quizá, después de todo, la experiencia me enseñó algo. Pero eso fue en otras vidas... El caso es que en la actual siempre he sido bastante fría, pero no en el sentido de no sentir emociones o no importarme que un ser vivo muera, sino en el sentido de saber, de algún modo, que la muerte no es nada irreparable, que solo es una transición, y que aunque sea dolorosa porque siempre supone una separación, no es el fin de nada. Para mí la VIDA (la de TODOS los seres vivos, no solo aquellos que nos interesan) siempre ha sido sagrada. Tanto como la muerte. Quizá el problema es que hay muchos que afirman que para ellos la vida es sagrada, pero en realidad no ven más allá de su egoísmo. Les suele pasar desapercibido que para otros la vida puede haberse convertido en una pesadilla y es su derecho acabar con ella, de manera asistida o no.
Muchos reencarnacionistas miramos atrás en el tiempo y a veces decimos: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Esto no siempre es cierto, por supuesto. Los adelantos tecnológicos y científicos hacen que en nuestras vidas haya mucho menos sufrimiento y que podamos vivir más tiempo en un cuerpo físico, sobre todo si tuvimos la suerte de nacer en un país desarrollado. Sin embargo, la deshumanización que esto conlleva es realmente preocupante. Una parte de ser humano consiste en convivir con la muerte, porque forma parte de la vida, y en eso los antiguos nos llevaban mucha ventaja.
His eyes opened. “You remember where the heart is?” he asked in a hoarse whisper.
As still as stone she stood. “I... I was only...”
“Don’t lie,” he growled. “I hate liars. I hate gutless frauds even worse. Go on, do it.” When Arya did not move, he said. “I killed your butcher’s boy. I cut him near in half, and laughed about it after.” He made a queer sound, and it took her a moment to realize he was sobbing. “And the little bird, your pretty sister, I stood there in my white cloak and let them beat her. I took the bloody song, she never gave it. I meant to take her too. I should have. I should have fucked her bloody and ripped her heart out leaving her for that dwarf.” A spasm of pain twisted his face. “Do you mean to make me beg, bitch? Do it! The gift of mercy... avenge your little Michael...”
“Mycah.” Arya stepped away from him. “You don’t deserve the gift of mercy.”
Y resulta que hay personas que piensan que ellos no harían jamás eso por un ser querido, cuando si supieran lo que es la dignidad o el honor, si hubieran visto de verdad qué significa la muerte para alguien que ya no puede ni quiere luchar más, no se lo negarían ni al peor de sus enemigos. Sí, tal vez algunos digan que si hay cuidados paliativos de calidad o si puedes administrar una sedación para que el moribundo no se entere de sus últimos momentos, eso es preferible a inyectar un eutanásico. Piensan que eso es lo mismo que asesinar, y por lo visto eso es un pecado imperdonable, porque la vida es sagrada... No voy a hablar sobre la doble moral que impera en nuestra sociedad, ni cómo cambia la percepción de “lo sagrado” cuando amplías el término “vida” a todo ser vivo, no solo los humanos. Lo cierto es que ahorrar dos o tres días de sufrimiento a un moribundo debería estar por encima de nuestro propio miedo a sufrir, nuestro miedo a las posibles consecuencias de “matar”, o nuestra propia cobardía a la hora de enfrentarnos a la muerte. Y yo, si puedo elegir, siempre preferiría una muerte programada y consciente, que pasar un número indeterminado de días inmóvil y ya muerta a efectos prácticos, esperando agónicamente a que mi corazón se detenga por sí solo.
Suicidio o eutanasia... sí, siempre me hacen recordar a Katrina, y cómo alguien que no había leído bien mi historia prefería pensar que mi muerte había sido una especie de sacrificio como el de Jesús cuando se entregó a los romanos, sin tener en cuenta mis deseos de morir. Luego se dio cuenta de su error, y pasó de considerarme casi una heroína a compadecerse de mí (??). Lo que siempre más me ha sorprendido es cómo logré hacerlo, sin ni siquiera pedirlo, solo provocando a alguien para que hiciera lo que con mayor probabilidad iba a hacer: apretar el gatillo ante una amenaza. Yo no tenía ninguna intención de hacerle daño, solo quería que me disparara. Y es curioso pensar que quizá este soldado se sintió culpable al comprobar que yo solo era una pobre mujer desesperada o medio loca, cuando en realidad fue un acto de piedad hacia mí, alguien que solo deseaba acabar con tanto sufrimiento, un profundo dolor que ya no se veía capaz de soportar por más tiempo. Si un día me lo volviese a encontrar, le daría las gracias por lo que hizo. Una vez más, el verdadero problema es considerar que el mal y el bien absolutos existen, cuando esto es solo una ilusión.