Por ello, estos días no hago más que ir de una vida pasada a otra. A veces me siento como en la Guerra Fría, debido a la sensación de miedo, la existencia de espías vecinales y la policía deteniéndote en cualquier parte para controlar tus movimientos. Otras veces me voy a la Segunda Guerra Mundial, debido a esta incómoda sensación de que, una vez más, me están robando el futuro y la oportunidad de, simplemente, vivir y ser feliz. Desearía que al menos por una vez me dejaran hacerlo. Por favor.
No puedo dejar de pensar en las canciones de "Stationary Traveller" de Camel, porque describen tan bien la situación que estamos viviendo. Lo que empezó con sorpresa y estupor, con la incredulidad de que tuviéramos que vivir esto en el siglo XXI, tal restricción de libertades personales, se va transformando en una angustiosa normalidad medianamente aceptada por todos.
Bueno, pues en esto estaba, cuando me puse a meditar uno de estos días. Y me fui justo a los días en los que era una estudiante de enfermería en Praga, una inocente joven de no más de 15 o 16 años, aún soñando con poder trabajar en algo interesante que me diera la independencia económica que necesitaba. Aunque siempre dudo mucho de la exactitud de las fechas, esta vez me vino con mucha fuerza el año 1936. Poco después Checoslovaquia era ocupada por los alemanes. Supongo que la guerra paralizaría todo, igual que el estado de alarma lo paraliza ahora todo, y veía con estupor cómo todo empezaba a cambiar a mi alrededor. Ya no era dueña de mi futuro. Mis esperanzas y mis sueños serían arrebatados por los hombres que hacen la guerra y deciden quién debe morir y quién debe vivir. A mí no me quedaba otra que seguir viviendo y adaptarme a las nuevas circunstancias. Y, como ahora, había quien me daba ánimos, mientras yo empezaba a verlo todo negro y sin saberlo comenzaba a caer en las garras de la peor de las depresiones.
Poco después de que el ejército alemán entrara en Praga, la muchedumbre bordea las calles mientras pasa un desfile de los tanques ligeros de la German Panzerkampfwagen II. El saludo es recibido por el general Freiheer Leo Geyr von Schweppenburg, comandante de la Tercera División de Tanques del ejército alemán. Se observan banderas nazis ondeando en los edificios. (Foto original guardada en el archivo del AWM, Australian War Memorial).
Fuente: https://www.awm.gov.au/collection/C298334
Pero como nunca he hablado de esta época en el blog, primero voy a retroceder y al final describiré la más reciente de esas regresiones. Tengo tanto material que me veo obligada a dividir esta entrada en tres partes. Y como la he centrado en el hospital, voy a dejar aparte otros acontecimientos bastante traumáticos que ocurrieron durante la guerra.
Uno de mis primeros recuerdos del hospital, bastante confuso, fue este:
«Me veía otra vez de enfermera, llegando a pie a un edificio bastante solemne, que creo que es el hospital militar. Pero esta vez no sentía que era mi primer día de trabajo, sino que estaba estudiando aún. Herr Yuriev (si es que se llama así) podría ser uno de mis profesores, con el que luego acabo trabajando. Además del típico uniforme de enfermera, llevo un bolso que me recuerda la cartera con bandolera que llevaba en la facultad, y un maletín de médico en la mano izquierda, y una capa oscura que me llega hasta las rodillas más o menos. Aunque me pregunto si es normal que llevase el uniforme siendo solo estudiante. Y en cierto momento sé que llevo un brazalete en el brazo derecho (no exactamente en ese momento, sino que lo solemos llevar cuando estamos trabajando), detalle que también “sentía” en la primera regresión y que asocié a la posibilidad de ser judía, pero que ahora creo que es la cruz gamada de los nazis (aunque también he pensado que podría ser la cruz roja del personal sanitario, como la que llevamos en el jeep). Me viene a la cabeza que el hospital/facultad/escuela está en Praga. Mi parte racional piensa entonces que estamos en Checoslovaquia (también me viene en algún momento Austria)… aunque otra parte de mí insiste en que no, es República Checa. No sé si es porque es así actualmente, o porque realmente en aquella época aún no se había unido con Eslovaquia. En todo caso pienso que estamos aliados con los nazis (alemanes), yo pertenezco a una especie de Cuerpo de Enfermeras del Ejército, y por ello mi novio o futuro novio acabó de alguna forma en este hospital.»
(Regresión 18-3-2012.)
«Me encontré de pronto caminando por una carretera asfaltada, voy por mi derecha y veo árboles a lo lejos. Es como si fuera una calle que sale de la ciudad y se dirige a las afueras. No tenía ni idea de qué hacía ahí. Intenté avanzar un poco pero no lo conseguí, así que intenté dejar la escena… pero de pronto volví de nuevo a la carretera y vi al final, en una curva que da hacia la derecha, un camión militar que acaba de aparecer y viene hacia mí: no muy grande, con el morro alargado, color verdoso… y me asusto. Sé que algo va mal. Ahora sé que me dirijo al hospital, pero no entiendo qué ocurre. El camión pasa por mi lado, en la parte de atrás van varios soldados, mirando hacia atrás, con sus armas en la mano (que no las veo muy claramente, pero desde luego no son carabinas… se parecen más a metralletas cortas, de color negro). Uniformes de color gris-verdoso, casco. Uno de ellos se me queda mirando cuando pasan, pero no me dicen nada. Yo agacho la cabeza y sigo mi camino, preguntándome qué pasa. No llego a entenderlo.
En ese momento creo que me he quedado algo bloqueada, como cuando sabes que pasa algo malo y no quieres verlo. Se me aceleró el corazón y ya me costó un montón volver a relajarme. Me empezaron a venir imágenes sueltas y algo confusas, pero todas teñidas de un color gris y oscuro, llenas de miedo y de tristeza. Estoy en la ciudad (supuestamente Praga, año 1939), veo una imagen muy clara de una calle con un charco entre la acera y la calzada. Veo hombres arrodillados con las manos en la cabeza, mirando hacia una pared, con soldados a sus espaldas apuntándoles. Uno de ellos me mira también, como esperando a que me vaya para acabar su tarea. Veo multitudes de gente normal y corriente, trabajadores, siendo acorralados por los soldados que cargan contra ellos, veo un tanque por medio de la calle… En todo este tiempo me pregunto por qué yo no formo parte de todo ello, por qué no me hacen nada a mí los soldados. Lo único que se me ocurre es porque voy uniformada e identificada de alguna forma, y saben que no me voy a sublevar (?)… Esto me hace recordar que también me he visto como empujada contra una pared y buscando en mi bolso una tarjeta de identificación o similar.
Porque en ese momento sé que ya formo parte de ese “Cuerpo de enfermeras” (me viene a la mente la palabra “korpsse” o similar), y de algún modo me “siento” como bastante rígida, como si fuera una militar de verdad (aunque no sé hasta qué punto he recibido instrucción militar, no sé si soy capaz de manejar armas), más que enfermera y ya está.
Estoy de vuelta en el hospital. Las cosas han cambiado. Sé que han muerto algunos de nuestros soldados y ahora estamos al servicio de otros soldados, que son alemanes. Debemos curar a sus soldados heridos. Creo que hay hombres de rango bastante alto que nos vigilan de cerca, y que nos tratan rudamente… sospecho que han hecho daño al doctor Yuriev (si es que ese es su nombre). Trabajar ahora aquí es un infierno… y tener que curar a soldados que nos han invadido crea cierto conflicto interno.
De todas formas, la situación seguía siendo algo confusa. Intenté relajarme un poco más, pero estaba ya a punto de dejarlo cuando me llegó la escena más fuerte y emotiva (y sorprendente) de todas. Estaba trabajando, llena de tristeza y de tensión, porque no es fácil trabajar sintiéndote vigilada constantemente… y llena de odio también. Entonces me veo haciendo unas curas a un joven que está sentado en una cama. Debe de tener entre 20 y 25 años, yo diría más cerca de 20. Tiene el brazo derecho en cabestrillo, y le han dado unos puntos en la parte baja de la espalda. Yo estoy sentada detrás, con una bandeja metálica cerca con el instrumental. Dudo si no lleva camiseta o si se la he subido un poco. Aquí el sentimiento es de indiferencia absoluta, es simplemente un paciente. Le froto con una esponja (creo que con más fuerza de la necesaria, con rencor y sin remordimiento). Él protesta. Yo le digo que es necesario para limpiarlo bien, y sigo frotando. Luego paso a la parte de delante, no sé si para revisarle el brazo. Apenas le miro a los ojos. Entonces no sé qué pasa exactamente: si me coge la mano y hace que pare, o si me coge de la barbilla, o si simplemente me llama la atención de alguna forma, y yo le miro. Creo que dice algo sobre mis ojos o quizá algo sobre que sonría, y así se curará más rápidamente. Pero es cuando le miro a los ojos que se produce ese reconocimiento indudable y poderoso de que él es H de nuevo… Y sin poder controlarme, me pongo a llorar de nuevo aquí y ahora, temblándome los labios, exactamente como la primera vez que salió en las regresiones, es como si toda la tristeza que sentía Katrina en ese momento desapareciera y solo pudiese ver, a nivel espiritual, que alguien muy querido ha vuelto a aparecer en su vida. Esto es muy difícil de explicar, porque ocurre como a dos niveles: por una parte, Katrina. Evidentemente, ella no tiene recuerdos de vidas anteriores (es lo más probable), y no sabe quién es este chico en realidad. Solo sabe que hay algo especial en esos ojos y en esa mirada. Por supuesto, este chico no tiene la misma apariencia que Jan: es rubio (pero un rubio distinto, no tan rubio ni con el pelo tan fino como Jan), pelo rapado por detrás, y flequillo, cara más alargada, y ojos azules. Pero es como si se produjese una especie de superposición con Jan y algunas de las expresiones son similares. Pero, sobre todo, es por los ojos que se produce ese reconocimiento. Y, a un nivel más superior, mi yo superior, lo que mi subconsciente sabe en ese momento, es que me he vuelto a encontrar con mi soulmate, tal y como estaba planeado. Y que este chico será importante en mi vida como Katrina.
Claro que todo esto, en la vida de Katrina, tiene lugar en solo un segundo. Creo que me hace sonreír levemente, y me parece un chico de lo más guapo. Pero es un soldado alemán. Le digo que tiene que descansar y soy de lo más fría con él… al menos de momento. Sigo trabajando como si nada. Y no pude seguir más porque no podía dejar de llorar, mitad por la emoción, mitad por la alegría. Porque la vida es realmente mágica si es verdad que podemos ir y volver del más allá y reencontrarnos siempre que queramos con los seres que más nos importan, compartiendo toda clase de vidas y sentimientos juntos.»
(Regresión 30-3-2012.)
Parte 2.