Mi amiga reflexionaba sobre la circularidad del tiempo, y cómo en ciertos momentos de la vida las cosas se repiten, el pasado vuelve a ti. Puede que sea una misma situación, pero ahora ves las cosas de otra manera. Y, relacionándolo con la reencarnación, lo comparaba con ese instante en el que recuerdas quién eres de verdad, que es mucho más de lo que es tu yo presente. Hablamos siempre de vidas pasadas, y sobre todo al principio tendemos a separar nuestros yos pasados de nuestro yo actual. Las personas alrededor tampoco ayudan, porque no comprenden en qué consiste la reencarnación, ni mucho menos saben qué supone recordar vidas pasadas. Lo primero que te va a decir cualquiera es: “Pero eso ocurrió en el pasado, olvídalo, ahora todo es distinto”. Incluso mi novio, no hace mucho, cuando le estaba contando cómo me sentía por haber muerto en una batalla naval en el siglo XVIII, me dijo: “Bah, pero eso fue hace mucho tiempo, no te puede afectar”. Yo solo pude sonreír y callarme, porque sé que por mucho que se lo explique no lo va a entender. Nuestras vidas pasadas no son pasadas realmente. Decimos “pasadas” para situarlas en un tiempo más o menos remoto, anterior al actual. Eso no significa que estén olvidadas, ni muertas, ni en muchos casos superadas… y, por supuesto, no nos hemos convertido en personas distintas, ni tampoco tenemos una “nueva vida”. Esto es así para todo el mundo, no solo para los que recordamos vidas pasadas. Pensamos que la muerte es una especie de separación entre una vida y otra, un punto y aparte, cuando en realidad es solo un punto y seguido. Es darte una ducha y cambiarte de traje. Cuando sales a la calle, es el mundo el que ha cambiado (un poco), pero tú sigues siendo el mismo.
A veces el pasado se hace presente. En el último año me he sentido muy conectada a Fritz, porque como él, acabé eligiendo la luz en lugar de la oscuridad, y me dije a mí misma: “Basta ya de excusas. Es tiempo de ser quien realmente quieres ser”. Así que, como él, me puse a ejercitar mi cuerpo y mi mente, y me propuse dedicarme a lo que más me gusta, que en sus tiempos fue el ejército, y hoy es escribir. Físicamente me siento ahora más joven que hace un año, y he visto cambios en mi cuerpo que pensaba que ya eran imposibles de alcanzar. Ambos pudimos seguir con nuestra vida y hacerlo lo mejor posible. A veces miro mis antebrazos y por un segundo parezco estar mirando los brazos de Fritz. Sus venas son más marcadas y sus manos más masculinas, y me gustan igualmente. No hay diferencia entre ser un hombre o una mujer, mientras ambos seamos capaces de transformar ese cuerpo para sentirnos contentos con nosotros mismos. Yo no he saltado aún en paracaídas, pero no dudo que podría hacerlo si me lo propusiera. Al mismo tiempo, Katrina sigue ahí. Katrina aún no se ha ido, y seguramente nunca se irá. No queremos que se vaya. Katrina nos hace recordar que incluso en el desierto más árido una pequeña flor puede sobrevivir… aunque solo sea por un corto espacio de tiempo. Nos hace recordar que incluso en medio de la oscuridad, una frágil y hermosa estrella puede brillar con fuerza… aunque su existencia pase desapercibida para todos aquellos que prefieren vivir en la sombra.
Have you the faith to be...
Sane enough to be...
Honest enough to stay...
Don’t have to be the same
Don’t have to be this way
C’mon and sign your name
Are you wild enough to remain beautiful...
("Beautiful", de Marillion).
Hay un agujero en mi corazón que nadie puede cerrar. Y no entiendo por qué está ahí, lo que me produce aún más furia. No sé si llego a sentir también los agujeros que tengo en las tripas, pero esos también están ahí. Siguen sangrando como si la hemorragia aún no me hubiese matado. Creí que las balas lo harían. Parece que algún día lo harán, moriré lentamente y todo acabará, por fin. La ansiedad, la agonía, el dolor, el miedo. Pero en realidad nada puede matarnos, así que ahí estoy, con un nuevo cuerpo aparentemente más fuerte, pero con un espíritu debilitado por la guerra que aún lucha por salir del abismo, desangrándose poco a poco si no hago algo por tapar esas heridas.
Probablemente también dependerá del tratamiento que reciban esas heridas. Sospecho que en mi vida como Fritz estuve tentado de recurrir a las armas para reivindicar ciertas cosas en mi país. Eso solo habría sido un alivio temporal, porque la ira habría sido canalizada y por un tiempo suavizada. Pero el dolor causante de esa ira habría seguido creciendo en silencio, como un absceso, pudriendo el interior del cuerpo hasta estallar otra vez. A largo plazo, el dolor no habría desaparecido, y el sufrimiento causado en otras personas habría infectado aún más la herida. Por eso siempre me he sentido orgullosa de Fritz. A pesar de llevar dentro todo ese dolor, pudo seguir adelante y posicionarse en el lado correcto del muro, a riesgo de perder su trabajo e incluso su vida.
En el fondo, es nuestra elección. Todo depende de nosotros. Todo. Siempre. Quizá el pasado se hace presente solo para recordarnos esa gran verdad. Nuestra vida es nuestra, y nosotros elegimos cómo queremos vivirla. Nosotros elegimos cómo queremos ser, quién queremos ser.