Pero sencillamente, no puedo. Si mi pareja me pica mucho, acabo saltando antes o después. Le explico por qué, en una de esas reacciones emocionales que dice que tengo.
Vuelvo a Francia a finales del siglo XVIII y veo de nuevo al ejército de mi país —de mi país— llegando al pueblo en el que nací con caballos, rifles y cañones. Veo a gente inocente que solo quiere prosperar siendo aplastada, masacrada, por las fuerzas armadas que el gobierno envió. Vuelvo a ser testigo, con total incredulidad, de cómo somos tratados peor que un enemigo. Somos… soy, fusilado. Por mis propios compatriotas. Los mismos que derrocaron la monarquía con su ‘Liberté, égalité, fraternité’.
Yo no entiendo de política, así que en realidad no puedo posicionarme. No he vivido el problema catalán, sé más bien poco de constituciones y referéndums ilegales, no sé cuánto de lo que me cuentan en la televisión es verdad o mentira. Solo sé que he visto a personas sangrando por querer manifestar su opinión. Y policías cargando contra una muchedumbre pacífica que quería votar, fuera o no a ser su voto válido. Por lo menos nadie ha sido ahorcado de momento. Esperemos que nadie muera, después de todo ahora somos más civilizados que hace doscientos años, ¿no es así? O que hace ochenta, cuando comenzó la guerra civil española. Pero mi incredulidad es la misma que sentía cuando veía a los soldados franceses disparar contra mujeres y niños desarmados. Aún no ha muerto nadie, pero es como si lo hubiera hecho. Algo murió en mí el 1 de octubre, y algo sigue muriendo cuando veo a políticos tratando de justificar esa violencia. Quizá lo que muere es la esperanza de ver que el ser humano ha cambiado en algo, que el ser humano aprende de sus errores, que lo que ocurrió en La Vendée no se volverá a repetir nunca jamás. Pero no voy a generalizar, hoy no. Hay gente que sí que cambia. Hay gente que se da cuenta de las cosas. Lo malo es que esa gente no suele estar entre los políticos, con contadas excepciones. Lo bueno es que hoy, en teoría, los políticos no pueden hacer uso de cañones contra la población civil, y el pueblo tiene mucho más poder del que piensa. ¿Aprenderá algún día a utilizarlo?
Solía decir a todo el mundo que yo era apolítica. Pero cuando recuerdas vidas pasadas y has vuelto a sentir en tu propia piel lo que las guerras propiciadas por políticos hacen en las personas, no puedes ser apolítica. No puedes permanecer neutral. El riesgo siempre está ahí, y nadie está a salvo.