Esta vez es distinto porque la sensación es positiva. No estoy llorando por James ni lamentando una muerte traumática. Me fui bruscamente pero orgulloso de lo que había hecho (no tanto de lo que no había hecho), orgulloso de haber llegado tan lejos. Me fui relativamente joven y aún con posibilidades de desarrollar mi carrera en la Marina Británica, pero disfruté de mi vida tanto como pude. Aunque me encontré con alguna que otra decepción y mis sueños no se cumplieron en su totalidad, creo que lo importante es que luché todo lo posible por hacerlos realidad, y en algunas ocasiones ese esfuerzo tuvo su recompensa. Por algo es la vida que más echo de menos en la actualidad. Daría lo que fuera por capitanear de nuevo un barco de guerra y llevarlo de un lado a otro del Atlántico sin más ayuda que mis conocimientos de navegación, el viento soplando en las velas, y el duro trabajo y la dedicación de mis hombres.
Hoy hablaba con mi pareja y le decía: “No sé si el monumento me lo pusieron por valiente o por pardillo”. Y añadía que seguramente fue mala suerte, porque los barcos íbamos llegando uno a uno para colocarnos en la primera línea de batalla y por alguna razón a mí me tocó al lado del almirante, con lo cual no tuve más remedio que cumplir sus órdenes sin hacerme el despistado, no como hicieron muchos capitanes que huyeron como cobardes en cuanto tuvieron ocasión. Pero fuese como fuese, lo cierto es que morí haciendo aquello que más amaba en el mundo. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, era mi profesión y la guerra formaba parte del juego.
Hoy, por fortuna, no tengo que participar en guerras ni es probable que acabe muriendo en una batalla. Pero sé que la decepción que sentí con mi profesión en esta vida es equiparable a la que sentí en aquella otra cuando descubrí que los marinos, aparte de navegar, teníamos que guerrear y transportar esclavos negros para que algunos almirantes se enriquecieran. Y a pesar de ello seguí luchando, sobre todo porque mis mejores días fueron aquellos que compartí con los otros oficiales, y eso ya no me lo puede quitar nadie. Quiero recuperar esa camaradería, quiero perseguir sueños con otros que sueñen lo mismo que yo. Quiero disfrutar con lo que hago. Quiero ayudar a los seres más indefensos del planeta y enseñar a otros a que lo hagan de la mejor manera posible. Quiero aprovechar mi vida igual que la aproveché en el siglo XVIII, sintiendo el viento soplar en mi cara y contemplando las estrellas titilantes en el firmamento según atravesamos la oscuridad de la noche. Quiero sentirme tan viva como me sentía a bordo de un barco que conocía perfectamente el rumbo que quería llevar en lugar de ir a la deriva.
James dejó este mundo porque toda su sangre fue derramada, empapando los tablones de madera de una de las bodegas, pero hoy esa misma sangre corre por mis venas. No sé si estoy destinada a hacer cosas grandes o no, no creo que esta vez me dediquen un monumento al morir. Pero sí sé que cuando muera estaré feliz de, al menos, haberlo intentado con todas mis fuerzas y los medios que me han puesto a mi alcance.