En julio del pasado año habían pasado solo unos meses desde mis primeros recuerdos de la vida cátara. Como desde el principio había surgido la palabra “Carcassonne”, era bastante evidente que podía estar hablando de una vida cátara. Pero me había abstenido completamente de investigar más. Entonces recibí un mensaje inesperado. Una chica serbia que había conocido en el foro Military Past Lives pasaba por Madrid, y me preguntaba si podíamos quedar para conocernos. No podía dejar pasar la oportunidad de conocer en persona a la supuesta reencarnación de uno de los personajes más infames de la historia, así que no lo dudé ni un instante. En el pasado habíamos intercambiado mensajes acerca de la Inquisición. Yo había compartido algún que otro detalle de mi vida como monje guerrero, y ella sospechaba que podía haber tenido alguna relación con la Inquisición. Ella estaba mucho más interesada que yo en la historia. Hablamos sobre templarios y cátaros y la posibilidad de que yo hubiese conocido a supervivientes de alguno de esos grupos en mi vida de monje guerrero. Cuando vino a Madrid le conté lo que estaba descubriendo sobre mi vida cátara. Me preguntó si sabía en qué fortaleza se había producido mi muerte. Le dije que no tenía ni idea. Entonces buscó unas fotos en su móvil y me las enseñó sin decirme de dónde eran. Yo me quedé petrificada. Aquello se parecía muchísimo a lo que yo había visto en mis recuerdos. Era Montségur.
Mi amiga también me había enseñado fotos de Carcasona, pero esas no me decían nada, aparte de ser una bonita ciudad medieval amurallada con calles que podrían ser muy similares a lo que yo vi en mis recuerdos. Y me informó que en aquella época Montségur estaba gobernada por los vizcondes de Carcasona, y que tal vez por eso me sonaba el nombre.
Anoche volví a los últimos momentos de esta vida. Al principio no surgía nada y ya me estaba cansando, cuando de pronto comencé a verme como la misma mujer. Parece que estoy sentada en algún tipo de banco, no hay respaldo. Solo veo pared de piedra típica de los castillos, frente a mí, como a tres o cuatro metros, y a mi derecha, donde diría que hay más mujeres. Visto la misma túnica y por encima una especie de capa o manta para protegerme del frío.
Diría que es de noche y cada vez quedamos menos. Yo estoy ahí hierática, con la espalda recta y mirando a la pared, como si estuviera meditando o rezando, tratando de mantener la serenidad, pero a la vez conteniendo las lágrimas. La tensión y la ansiedad van creciendo porque la espera es angustiante. Espero la muerte, claro. Deseo que si han de matar a mis hijos, que al menos no sufran. Ya no me importa el frío ni el hambre, porque sé que todo habrá acabado en breve.
Al final llega mi turno. Estoy casi en trance. Vienen unos hombres y me conducen lentamente al lugar de la ejecución, que no llego a ver con claridad. No sé si está un poco más allá, o si estamos en un recinto cerrado y tienen que sacarme (yo diría esto último). Entonces veo que mi segundo hijo está ahí en la distancia, tampoco lo veo con mucha claridad, pero diría que está custodiado por dos hombres y está agachado o arrodillado. Trato de transmitirle con la mirada que lo siento, pues me sigo sintiendo culpable de la situación. Tengo los ojos llenos de lágrimas. También me doy cuenta de que mi hijo mayor no está, y me entra más angustia, me pregunto qué han hecho con él. Siento que me quedé con la duda sobre cuál fue su destino. Él hubiese luchado, eso seguro, y para mis adentros pienso: “No luches, si lo haces sufrirás más”.
De pronto siento que estoy temblando. Estoy muerta de miedo, por supuesto, las piernas no me sostienen, y casi no soy consciente de la postura que me obligan a adoptar. Me inclino sobre algo, casi seguro que miro hacia mi izquierda (hacia el lado donde está mi hijo). Sospecho que no fue un corte limpio, porque por un milisegundo en la regresión tuve la sensación de que llegué a sentir la sangre salir a borbotones, antes del segundo y definitivo golpe. [Esta vez creo que el corte fue por el lado izquierdo, no llegué a ver con qué instrumento lo hacían, pero sí he de decir que llevo unos días con problemas en el cuello].
Siento que mi hijo mayor tenía más dudas acerca de la religión que profesábamos y por eso discutíamos más a menudo, mientras que el segundo se lo tomaba mucho más en serio.
Me sorprende la serenidad con la que enfrento estos momentos, es como si hace tiempo hubiera asumido que esto iba a ocurrir. Hay un momento en el que sí que me rebelo internamente, y pienso que no deberíamos haber subido hasta aquí, la fortaleza se ha convertido en una trampa mortal. Deberíamos haber huido, o quizá enfrentarlos en nuestros hogares como propuse al principio, siempre es mejor morir a campo abierto que encerrados de esta manera. Pero no culpo a nadie por este final, ni a Dios ni a nadie. Creo que en cierto momento me vino la idea de que “ellos” son el diablo, por tanto su forma de actuar no puede ser otra, no me sorprende.
Justo después de la muerte, al verme desde fuera, tuve la impresión de que era una estructura especialmente diseñada para decapitar personas, no simplemente un trozo de madera con hueco para poner el cuello o algo así (??).
(Regresión 13-12-2017).
Bueno, no me vino mucho, solo unos pocos flashes, y no me venía mucho sobre el contenido de las discusiones, pero pongo las impresiones que tuve.
Parece que para mí la religión era muy importante. Era lo que me habían enseñado a mí de pequeña también, crecí con ella, y ni siquiera me planteaba si esas enseñanzas eran veraces o no. Creo firmemente que es lo correcto, tengo mucha fe, y quiero que todos los que están alrededor sigan también los preceptos.
Primero me vi con mi marido, un hombre que parece afable, más bien simplón, mundano, pero jovial. Parecíamos estar en el interior de una casa, hay bastante luz. Me está diciendo que deje un poco respirar a Dominic, que no le atosigue tanto con el tema de la religión. Yo sé que lo hago por su bien, estoy convencida de mis creencias, y solo quiero que haga lo (que yo considero) correcto para que todo vaya bien después de muertos. [Sí, el pensamiento que me vino no parecía tener relación con cometer pecados tal y como lo plantea la Iglesia católica, y así ganarte o no la salvación. Es como si diera por hecho que todos vamos a sobrevivir a la muerte, pero si no llevas una vida como debe ser, puede que ese futuro en el más allá no sea tan bueno como nosotros queremos. Algo así].
Al pensar que yo crecí ya con esas enseñanzas religiosas, me vino una imagen donde yo era una niña. Estamos también en el interior de una casa. Veo en primer plano, a la altura de mis ojos, unos pies desnudos y sucios de un cadáver que está tendido sobre una larga mesa de madera. Al otro lado, a la altura de la cabeza del hombre muerto, hay dos hombres. Pienso que uno es mi padre y el otro podría ser un tío. Parece que están haciendo algún tipo de ritual, y yo estoy ahí como viéndolo todo, sin gran preocupación, más bien curiosidad. Diría que uno de ellos lleva una medalla (¿de madera?) colgada del cuello, y la va poniendo sobre el corazón del muerto, luego la garganta, los labios, los ojos... mientras recitan unas palabras. [Ni idea de si esto podría estar relacionado con el ritual que sé hacían los cátaros con los muertos].
Luego tuve otro flash en el que yo parecía estar trabajando con un telar (vi como lana de varios colores, uno de ellos rojo), Dominic estaba trasteando cerca, como preparando alforjas o mercancía para salir, y mientras hablábamos de algo. También me vino el flash de un libro no muy gordo con tapas de cuero, que debe ser nuestro “libro sagrado” y sé que a veces lo cojo para mostrarle a mi hijo: “Mira, aquí lo pone. Esto es lo que hay que hacer”, pero supongo que Dominic me tiene por una pesada y no me hace caso. Sé que una vez me pregunta directamente si creo que la religión está por encima de la familia, y ahí me descoloca un poco. Le digo que no. Me dolería de veras que él se distanciara por esa cuestión, y capto su mensaje. No. Pienso para mí misma que Dios quiere que vivamos todos juntos en armonía, y entiendo que no debo ser tan estricta con él.
Mi segundo hijo, sin embargo, no me preocupa tanto. Es más obediente y no cuestiona las enseñanzas religiosas. Intuyo que a veces ellos también discuten.
Finalmente, creo que alguna vez Dominic sacó la cuestión de si merece la pena profesar esta religión, pero no me quedó claro si lo decía porque somos perfectamente conscientes de que podemos ser considerados herejes y por tanto perseguidos. De todos modos, la respuesta a esa pregunta, al menos en ese momento, era claramente: “Sí”. Porque es lo correcto. Esto me viene ahora: “Porque nosotros estamos en el buen camino y no los demás”. Lo cual, visto desde mi perspectiva actual, es el mismo error que se comete una y otra vez en todas las religiones del mundo...
(Regresión 14-12-2017).