En mis ratos libres he acabado de leer todo lo que pude encontrar sobre James, y he seleccionado los pasajes más interesantes para tenerlos bien localizados en mis registros. Estaba pensando en escribir una entrada sobre qué se siente cuando alguien habla de una de tus vidas pasadas, pero me era realmente difícil encontrar las palabras para expresarlo, hasta que, hablando con una usuaria de Military Past Lives, le dije: “Estoy muriendo de nostalgia y lo quiero recuperar todo”. Creo que eso resume mis sentimientos bastante bien.
Dudas y más dudas. Las dudas nos corroen a los reencarnacionistas, al menos aquellos que conservamos un poco de sensatez. Pero, como bien me dijo una amiga hace poco, hay algo de lo que no podemos dudar: nuestras emociones. No podemos inventárnoslas. Las emociones no surgen solas, surgen por una razón. Están ahí desde que tenemos consciencia, y muchas veces su origen es inexplicable... a no ser que tengamos en cuenta la existencia de vidas pasadas.
Sonrío cuando mi novio se empeña en que vea una serie de tres documentales sobre la Armada Invencible. Cree que me interesará, porque, como no tiene recuerdos propios, no llega a comprender cómo nos sentimos los reencarnacionistas respecto a nuestras vidas pasadas. No me interesa lo más mínimo la Armada Invencible. No me interesan los españoles en el siglo XVI. Es una época que me resulta totalmente indiferente. Tampoco es que me gusten los barcos o la navegación actual. No lo he vivido de niña. Lo que me interesa, lo que me emociona, lo que me hace vibrar, es la Inglaterra del siglo XVIII, la Royal Navy de entonces, no la de Nelson tan siquiera, sino la de Cartagena de Indias, la de Menorca, la que estaba en pleno desarrollo —la primera escuela de oficiales ni siquiera existía cuando yo empecé mi carrera naval—, con sus grandes defectos y sus fallos en estrategia por falta de experiencia en guerras marítimas.
Llevo unas semanas "reviviendo" (ya sea por recuerdos propios o leyendo registros históricos) mi muerte como James en la batalla naval. Me está resultando muy curioso y algo desconcertante que no siento para nada lo mismo que con otras muertes. En otras muertes sentía la necesidad clara de llorar mi propia muerte, de pasar por un periodo de duelo para aceptar esa muerte y sobre todo procesar las emociones que la rodearon los días o meses previos. Con James siento cierta tristeza aparte de mucho cabreo cuando leo cómo actuaron mis colegas durante y después de la batalla, pero a pesar de haber sido una muerte traumática y bastante rápida (quizá por eso no necesito pasar por ese duelo), lo que siento más que nada es algo como: “Jo, ya es mala suerte morir tan pronto en la batalla, ¿cómo pude perderme todo eso? ¡Debería haber estado allí!” Es como si hubiera faltado a mi deber, como si hubiera pasado el mando a otra persona antes de tiempo. Más que con ninguna otra de mis vidas pasadas, desearía haber continuado viviendo, haciendo lo que estaba haciendo, ser testigo de cómo acababa la guerra con España y Francia. Entonces me tengo que recordar a mí misma que me mataron... y eso no fue algo evitable. Pero como me suele pasar con frecuencia, quería seguir luchando. No sé... fue como dejar un libro a medio leer. ¿Cómo diablos pudo ocurrir?
Empecé a ver los documentales que acompañan al DVD de la película Master & Commander, y los ojos se me llenaban de lágrimas contemplando cómo construían los barcos en los que iban a grabar, basándose en los planos de una fragata que existió de verdad. Esos planos estaban guardados en un museo. La diferencia de tamaño entre una fragata y un barco de guerra de 90 cañones como era el Marlborough, es considerable, pero aún así, la sensación es muy parecida. También me emocionaba ver cómo los actores, todos con un pronunciado acento británico, eran caracterizados como marineros y oficiales de la época. Era como ver a mi tripulación volviendo a la vida. La acción transcurre en 1805, más de sesenta años después de mi muerte, y supongo que algunas cosas cambiaron, pero aún así creo que refleja muy bien la realidad que yo viví en mi propia piel. Ver cómo disparaban los cañones, y cómo derramaban sangre falsa sobre actores que fingían haber sido heridos o muertos en combate, me rompía el corazón. Todas esas emociones están ahí, no sé si enquistadas aún, con necesidad de ser expresadas, pero lo cierto es que, como he sentido tantas otras veces antes, el tiempo parece haberse detenido en ese preciso instante en el que todos luchábamos por nuestra vida... y algunos la perdimos. Cuando ves que es imposible o tremendamente difícil verificar tus recuerdos, cuando comprendes de pronto que hay veces que solo te queda confiar en tu intuición y tu memoria, las fuertes emociones están ahí para recordarte que no tiene sentido sentirse así por hechos que ocurrieron en otro país y en otras circunstancias que no podemos ni imaginar, a no ser que aceptemos que hemos vivido antes, en otro cuerpo y en otra época.
En otros casos he necesitado llorar por mi muerte. Una muerte a destiempo, una muerte traumática, injusta tal vez; una muerte inesperada en la flor de mi juventud... James murió de forma traumática, a destiempo, cuando todavía podía haber llegado más lejos en mi carrera naval (aunque dudo que fuera ese mi deseo). Y sin embargo, no lloro por mi muerte. Lloro por la magnífica vida que tuve y que, por mucho que quiera, no voy a poder recuperar jamás.