Bueno, la nueva etapa comenzó con algo de estrés. Durante las vacaciones nos llamaron a mi pareja y a mí para acudir a un centro de investigación y hacernos unas analíticas. Estamos participando en el primer estudio en España sobre el estado de salud de la población vegana/vegetariana (sí, tenía ganas de decirlo, me siento orgullosa de ayudar en algo a este respecto). La cita era el 27 de junio. El día del viaje me había despertado a las 6 de la mañana y llevaba dos días sin descansar bien. Como sé que siempre me mareo cuando me sacan sangre, avisé a la enfermera. Intentó con el brazo izquierdo pero no hubo suerte, y como había predicho, me empecé a marear, tal vez por sentir la palomilla hurgando un rato en mi vena. Así que echaron el sillón para atrás y me dieron aire antes de probar en el derecho. Ahí ya me había recuperado y la extracción fue relativamente rápida (30 ml. tardan un tiempo en salir). Lo malo es que después, en el camino a casa, me volví a marear un par de veces, a pesar de haberme comido un plátano. Seguramente fue por el calor que hacía en el metro. Yo siempre digo que es porque tengo la tensión arterial baja, pero por lo visto también se marean los que tienen la tensión alta. Otros dicen que es por aprensión, simplemente. Lo curioso es que cuando me pasa no suelo estar nerviosa, ni tampoco tiene relación con la sangre. He asistido en cirugías muy sangrientas como una extirpación de bazo sin que me haya pasado nada. Pero a veces, sin saber por qué, de pronto me pongo blanca y me tengo que sentar por miedo a desmayarme. Tengo mi teoría sobre por qué me ha pasado esto en ciertas ocasiones, pero no hablaré hoy de ello.
La verdad es que Katrina no era la que esperaba encontrarme a la vuelta de vacaciones. Pero ¿puedo engañar a mi alma? Estamos en junio. Tengo buenas razones para pensar que a partir de mayo Katrina se enfrentó a los hechos más devastadores de su vida, los que poco a poco minaron su fuerza y acabaron derrotándola. Y parece que ayer alguien decidió que era hora de darme una nueva pieza del puzle.
Al principio de la meditación me centro en la tristeza que siento en el corazón. Empiezo a ver que estoy en algún lugar, en medio de ninguna parte. Sé que Johanne tiene que irse pero yo no quiero que se vaya. Temo que no le volveré a ver, y siento el nudo en la garganta. No sé si llego a decirle todo lo que siento por él. Lo veo frente a mí, vestido de uniforme, bastante más alto que yo (me saca la cabeza quizá), tan joven. Intenta darme ánimos y asegurarme que no pasará nada y que pronto estaremos juntos, pero no le creo, aunque esto no se lo digo. Me abraza con fuerza y yo apoyo mi mejilla izquierda en su hombro izquierdo, llorando. Creo que es aquí donde me da su foto, y más tarde yo la guardo entre las hojas amarillentas de una libreta.
Parece que estamos en una zona rural de Francia. Hace sol y el cielo está despejado, azul. Creo que dejamos el tren hace poco y ahora las enfermeras vamos en un autobús militar, pero él y otros soldados tienen que adelantarse y separarse de nosotras, como si fueran en la vanguardia. Aún no tenemos un lugar fijo donde pernoctar. La maleta va en el bus, abajo en un maletero. Yo voy con el uniforme de enfermera y suelo llevar conmigo un pequeño bolso marrón (similar a un neceser, con botones). Ahí llevo lo básico, como un cepillito para el pelo y una cartera con mi identificación. El suelo es de arena pero también hay partes asfaltadas.
Johanne y yo nos despedimos. Diría que cerca hay unas fuentes de piedra, con caños, donde relleno una pequeña cantimplora. Luego subo al autocar, me siento cerca del fondo en el lado izquierdo, junto a la ventanilla. Parece que espero al resto de enfermeras. Trato de no llorar, pero los ojos se me llenan de lágrimas. Me vienen flashes de agujeros de bala en coches o camionetas, de coches quemados de los que solo queda el esqueleto. Casas en ruinas, sonido de bombarderos sobrevolando nuestras cabezas. Tengo mucho miedo. Sobre todo temo que le pase algo a Johanne. Sin embargo él es siempre todo entusiasmo, siempre tiene una sonrisa aunque estemos en medio de la guerra. Debe de ser igual con sus compañeros, debe de ser una luz para ellos igual que lo es para mí… Pienso que ojalá hubiera sido yo uno de ellos, y al menos habría muerto a su lado.
“Find your strength”, me viene a la mente. Supongo que será eso la razón por la que me dejó sola. Y respondo: “But how? I’m always lost without you” (Recuerdo a Roderic).
En el bus le pido a Dios que no le pase nada a Johanne. “Please, don’t let him come to any harm”, me viene a mi mente actual. Son las letras de una canción de Chris de Burgh. Estaba agradecida de tenerle, de haberle encontrado, pero de algún modo sabía que aquello no iba a acabar bien. Sé que no fue la última vez que le vi vivo, pero sí creo que fue la última vez que pude abrazarle con fuerza. Él me acaricia la cara y enjuga mis lágrimas, y yo le cojo la mano y se la aparto suavemente, mirando sus ojos azules llenos de esperanza y entusiasmo… y me pregunto cómo es que no se da cuenta de que va directo a encontrarse con la muerte. Ya siento el vacío de su ausencia…
Por la noche parece que nos refugiamos en una especie de almacén o nave industrial. Hacemos espacio y dormimos sobre unos sacos de dormir, que son como mantas enrolladas, de color grisáceo o marrón. Una compañera me dice que coma algo, pero tengo un nudo en el estómago. En todo caso es comida enlatada lo que tenemos, nada muy apetecible.
(Regresión 29-6-2017).