Lo más curioso de todo esto es que en ningún momento durante las regresiones me ha venido la palabra “cátaros”. Pero esto deja de ser sorprendente cuando comienzas a investigar y descubres que esa palabra la utilizaban otros para referirse a ellos. Anne Brenon, en su libro La verdadera historia de los cátaros, lo explica mejor que yo:
La palabra “cátaro” fue sólo una de las múltiples denominaciones en sentido peyorativo inventadas por la iglesia romana para calificar a aquellos a quienes había designado como herejes. Tendremos ocasión de volver detalladamente sobre estos diversos apelativos. El de “cátaro” —al que el historiador luterano Charles Schmidt, con la publicación en 1848 de su libro "Historia de la secta de los cátaros o albigenses", iba a proporcionar una gran fortuna mediática— significa probablemente “adorador del gato”, es decir, brujo. El canónigo renano Eckbert de Schönau, que forjó en 1163 la palabra culta “cátaros” a partir de una denominación popular existente, cati (latín) / catiers (lengua de oil), intentó otorgarle una etimología más culta pero también más fantasiosa: del griego catharos, es decir, “puros”.
Baste decir aquí que los propios interesados, esos herejes medievales a quienes se ha consagrado el presente volumen, no parecen haberse llamado nunca a sí mismos, orgullosamente, “puros”, ni por lo demás tampoco “perfectos”, ni “perfectas”, pertenecientes estas últimas palabras al vocabulario de la Inquisición. Los documentos demuestran que empleaban esencial y sencillamente, para designarse, el término genérico de “apóstoles” o de “cristianos”. Sus creyentes les llamaban “Verdaderos Cristianos”, “Buenos Cristianos”, “Buenos Hombres” y “Buenas Mujeres”.
Así comenzaron:
Medité antes de irme a dormir, no conseguí nada. Pero ya en la cama, antes de dormirme, comencé a ver unos flashes. Parece una vida nueva. Vi a un hombre joven, de unos 25-30 años, con rizos muy acentuados de color claro que le caen un poco sobre la frente. Es de noche, llueve, está todo muy oscuro, y él está de espaldas a una pared de piedra que parece ser parte de una gran construcción. Parece que cerca hay una gran puerta (la abertura, no la puerta en sí, con forma de arco), ¿quizá es un castillo? No sé si yo soy este chico. Luego vi a más personas, van subiendo por una cuesta muy escarpada, hay mujeres y niños también, parece que somos una comunidad. Todos vestimos de manera muy parecida, con una especie de hábito de tela grueso, de color marfil, atado con una cuerda, aunque no siento que seamos monjes. Y me viene a la mente la palabra “Carcassone” (y sí, sé lo que significa, pero no hubo nada más).
(Regresión 23-11-2016).
Meditación por la noche, de corta duración, conexión escasa. Sé de pronto que el chico es mi hijo, y le debí tener muy joven, porque yo no creo que pase de 40 años. Estoy en el interior de una casa de aspecto antiguo, muy modesta, parece de piedra, con el ambiente muy cargado, porque hay una chimenea pero no debe de tirar bien y se mete algo de humo. Estoy pariendo en una cama, apenas hay luz. Sábanas arrugadas alrededor. Yo estoy con la espalda bastante recta y las rodillas dobladas, duele y hago esfuerzos (en la vida real estaba ovulando y tenía cierto dolor en el útero). Sé que tengo experiencia, porque tengo más hijos. Cuando por fin sale el bebé hay un gran silencio. Ha nacido muerto, pero en cierto modo no me sorprende, porque yo ya soy mayor, era demasiado pronto para que naciera, y sé que este va a ser el último. Como dije, yo debo de tener unos 40 años, pero ya tengo el pelo gris y soy poco menos que una anciana. Veo una cosa gris, algo informe, sobre las sábanas, pero estoy tan cansada y me afecta tan poco que me acuesto y me duermo. Alguien se lleva el cuerpo para envolverlo en una tela, lo atan con cuerdas como un fardo, que yo me ocupo de enterrar al día siguiente en la parte de atrás de la casa, donde hay un espacio amplio con matorral. No se hace ningún tipo de ceremonia. En cierto momento me viene el pensamiento de que ha debido de nacer muerto por algún pecado que he cometido, como castigo de Dios, pero creo que no me lo tomo muy en serio.
Visto un vestido muy basto, como de arpillera, sin ningún tipo de adorno. Mi hijo es alguien importante en la comunidad, pero tengo la sensación de que cuando le miro puedo predecir su futuro y sé que no tendrá un buen final, veo llamas ardiendo. Creo que tengo ciertas dotes de clarividencia. Yo soy una especie de curandera, la gente viene a mí para que les trate. Utilizo ungüentos y pócimas, y a veces hago operaciones quirúrgicas, por ejemplo sé cómo extraer el útero en caso de que haya tumores como fibromas. Pero por alguna razón no nos solemos quedar mucho tiempo en los pueblos, y la comunidad está siempre de un lugar a otro.
Me viene a la mente que mi nombre es Matilde (seguramente en francés, Mathilde).
(Regresión 24-11-2016).
Nada más empezar a relajarme empecé a ver flashes de esta vida. Estaba en la misma casa. Yo soy una mujer delgada y con pelo gris, aunque no debo ser muy vieja, quizá poco más de 40 años, quizá 45. Sale el chico de la otra vez, el de los rizos rubios, pero ahora salen más personas, al menos otro hombre, que es algo mayor (no más de 30), y que creo que es H otra vez, también es mi hijo, y veo también una mujer joven (unos 18-20 años), con pelo moreno, rizado y largo, que es mi hija, y suele estar cerca cuidando de mí. Sé que tengo más hijos, pero esos parecen los más importantes. Yo visto un vestido muy sencillo como los que ya describí, y suelo llevar sandalias. Me viene la fecha 900 o como mucho 1000 y algo. El pueblecito es típico medieval, me recuerda a Sepúlveda, con calles empedradas, estrechas y empinadas. Yo me encargo de cocinar para todos, me veo en cierto momento llenando cuencos de madera con un guiso de garbanzos que reparto entre todos. Creo que no comemos carne. El guiso lo hago en un perolo grande de hierro, colgado sobre el fuego en un rincón de la casa.
Entonces llega un día que tenemos que salir corriendo, alguien nos persigue y por lo visto quieren matarnos. Yo pienso sobre todo en mis hijos, no quiero que les pase nada. Todos somos evacuados. Veo gente que lleva grandes recipientes, algunos parecen cestas de mimbre, pero otros son como cubetas grandes de madera y quizá algo de metal, y creo que ahí meten provisiones y las transportan entre dos. También cargan algunas mulas, pero no tenemos muchas. Vamos hacia la montaña. Yo al principio me niego a dejar la casa, les digo que da igual, que me encuentren y me maten allí mismo, por supuesto ellos no acceden. Es como que saben que soy una testaruda y no me hacen mucho caso, y al final me logran convencer (o me arrastran) y les acompaño.
Luego estamos en lo que parece un gran recinto amurallado, no sé si es un castillo, porque solo veo una gran sala muy alta y amplia (podría ser incluso un patio, no llego a ver el techo), con paredes de piedra, y allí estamos todos reunidos, a la luz de las antorchas. No sé por qué pero pienso en hogueras, y me da miedo que vayan a hacer eso con nosotros. Pero lo que más rabia me da es que nos persigan cuando nosotros no nos metemos con nadie, solo queremos vivir en paz de acuerdo a nuestros principios. Y de algún modo eso me hace sentir culpable porque yo eduqué a mis hijos dentro de esos principios. Pienso que van a morir por mi culpa.
No sé exactamente qué pasó después, pero me vienen flashes confusos de que a mí no me queman en la hoguera. Quizá eso lo hacen con algunos hombres (quizá los más importantes en la comunidad), pero a mí me cortan la cabeza… creo. Estamos en un grupo, ya prisioneros, sobre todo mujeres, y una a una nos van cogiendo y nos obligan a agacharnos, y nos cortan con una espada. En ese momento sentía dolor durante la meditación, en la parte derecha del cuello, posiblemente por ahí recibí el golpe. Las mujeres gritan y tratan de defenderse, claro. Los atacantes visten como monjes guerreros, libreas blancas con algún símbolo, pero no lo veo. Es una carnicería. En cierto momento tuve la impresión de que cantábamos mientras esperábamos.
La parte más intensa fueron las emociones por sentirme culpable, por la frustración de ser atacados y no poder defendernos, por no poder huir a otro sitio más que esa fortaleza en la que no tendremos escapatoria. Y mis hijos... esto me llama la atención porque creo que es la única vez que recuerdo a mis hijos ya mayores, y no estoy acostumbrada a sentir ese amor maternal, no me creo que vayan a morir...
Excepto el final, no creo que fuera una vida muy traumática, sino una vida normal para cualquier mujer de la época, y muy sencilla. No recuerdo nada de mi marido por el momento, lo que también me sorprende. Y me encantaría saber más de las cuestiones religiosas.
Ah, y no mencioné que me pareció que llevaba un cayado (digo cayado porque es más alto que un bastón normal) para ayudarme a andar. También sentí que debía estar algo delicada del sistema respiratorio, quizá algún tipo de infección o bronquitis no infecciosa.
(Regresión 7-5-2017).