Esta tarea es siempre difícil de hacer. Ya hace tiempo fui creando documentos aparte de mi diario de vidas pasadas, a los que llamé «crónicas», extrayendo del diario todas las regresiones y la investigación relacionadas con cada vida pasada en concreto, con lo cual tengo parte del trabajo adelantado. Pero los recuerdos nunca vienen de manera cronológica, y cuando se repiten, suelen venir ampliados. Así que siempre tengo que revisar toda la información que tenga para ordenarla, y luego construir un relato que sea ameno de leer. Francamente, creo que escribir una novela es más fácil que esto. Pero es la tarea que me toca.
Mi vida del Oeste americano fue bastante divertida, tengo que reconocerlo. Siempre la recuerdo con una sonrisa. Es una prueba de que no todas las vidas que recordamos son traumáticas, ni tampoco hay siempre «asuntos sin resolver», al menos no asuntos demasiado graves. ¿Por qué la recordé entonces? Mi impresión es que simplemente me daba información para comprender, para comprenderme a mí misma y para comprender ciertas emociones que surgieron en una relación que tuve con un compañero de facultad al que llamaré M. En una futura entrada profundizaré sobre esto. Muchas veces he pensado que no había ninguna razón especial para recordar algunas vidas. Según el tiempo avanza, pienso que las vidas que recordamos siempre tienen alguna relación con nuestra vida actual, aunque solo sea para recordarte lo que no debes hacer, o para que seas consciente de que hay mejores formas de hacer las cosas, o simplemente para conocer tus virtudes y tus defectos, e intentar limar estos últimos.
Antes de empezar con los recuerdos, hablaré un poco de los antecedentes. ¿Había algo que me hiciera pensar que tenía una vida pasada en el Oeste americano? Pues no mucho, creo que ni siquiera lo mencioné en mi diario de vidas pasadas, pero más tarde me daría cuenta de que algunas de mis emociones y gustos personales estaban sin duda relacionadas con esta vida. Por ejemplo:
1. En 1993 (yo tenía 18 años y aún no conocía a M) estuve con parte de mi familia en Eurodisney, en París, y nos alojamos en el Hotel Cheyenne, ambientado como una típica calle del Oeste. Me pasé los dos días como en una nube. Como una auténtica niña con la sonrisa en la cara continuamente. Además por esa época tenía una falda larga hasta los pies y un chaleco de ante marrón. Ahora no me los pondría ni aunque me pagaran, pero justo en ese sitio los lucí con orgullo. Me sentía como en casa. Creo que es la resonancia más fuerte que puedo identificar en esta vida... y probablemente lo más cerca que he estado de visitar un lugar de vida pasada 😂 😂.
Aquí se puede ver una foto de las habitaciones por fuera:
4. Al contrario de lo que podría parecer, los Westerns jamás me gustaron lo más mínimo. No sé, seguramente porque son muy irreales y los indios siempre eran los malos. Probablemente había algo que chirriaba demasiado para mí.
5. La película «Bailando con lobos» sí que fue una auténtica maravilla para mí. Fui a verla yo sola al cine. Dos veces, si no recuerdo mal. Ahí era aún más joven, se estrenó en 1990 así que tenía apenas quince años, y por esa época era muy introvertida y me costaba hacer las cosas sola. No me importó. Lloré como nunca antes con una película. En mi vida pasada del Oeste ya no quedaban apenas indios, pero creo que reconocía esos mismos cielos estrellados y los paisajes tan espectaculares.
6. De adolescente me encantaban las camisas de cuadros. Hoy me las seguiría poniendo si no fuera porque voy con ropa deportiva casi las veinticuatro horas.
7. Es muy posible que esa vida, en la que vi escenas de explotación y muerte de animales domésticos de primera mano, fuera una importante razón para hacerme vegana en esta vida. Es una pena que el adoctrinamiento y el lavado de cerebro durante mi infancia fueran más fuertes que mi conocimiento y rechazo subconscientes de tales prácticas horribles, así que me llevó más de cuarenta años dejar de hacerlo, qué vergüenza 🤦♀️.
Fuente: http://reelfoto.blogspot.com/2011/10/old-west-as-presented-by-detroit.html
Y ahora nos vamos al principio. Al principio del todo, porque curiosamente esta vida fue la primera que se empezó a desarrollar, cuando comencé a hacer meditación allá por diciembre de 2011. Tras varios intentos, conseguí un nivel lo suficientemente profundo utilizando una grabación de autohipnosis. Una de las primeras imágenes que vi fue unas botas de cuero con espuelas que llevaba puestas. A mis pies el suelo era arenoso. Y por encima, un cielo azul espléndido. Yo era un joven con pelo rubio, muy fanfarrón. Sabía que era un vaquero. Cerca había un caballo al que apreciaba muchísimo, marrón con grandes manchas blancas, estaba ensillado y sabía que se lo había robado a unos (estúpidos) indios. Tenía una pistola de seis balas plateada y me sentía feliz y orgulloso. Por un instante vi una mujer delgada, pelirroja y con pecas, que me gustaba. Eso fue todo.
Varios días después volví a ver una pequeña escena de esta vida, volví a ver el caballo, pero solo tuve una pequeña intuición: que este caballo acabaría metiéndome en problemas.
No fue hasta dos meses más tarde que tuve la primera regresión en condiciones, en la que ya aparecía M. Al principio me pareció una escena extraña, estuve a punto de desecharla porque me pareció pura imaginación. Pero si algo aprendí en todos estos años es que siempre debemos confiar en nosotros mismos y dejar que la escena se desarrolle. La copio literalmente:
«Veía a un personaje con pelo rubio, largo y lacio, joven (no más de 25 años), ojos azules, expresión más bien dura, sentado cerca de mí. Los ojos se le cubren porque lleva un sombrero de cowboy. Me parece extraño que no se quite el sombrero en un lugar cerrado como el que estamos, cerrado y oscuro, lleno de humo. Es una cantina. Y no se lo quita porque estamos jugando al póker y no quiere que le veamos los ojos. Está fumando. Yo también. Me reconozco como el chico joven de la vida 1. Y a él le veo como un amigo. Aunque tiene cierta semejanza física con H, no creo que sea él. Veo el reverso de las cartas, sobre la mesa mugrienta en la que estamos. La barra ocupa toda la parte de atrás, y hacia la izquierda de mi posición. Hay más hombres, pero no muchos. Dos o tres mesas más quizá, pero no veo a nadie claramente, ni siquiera a los que están jugando con nosotros. Las cartas tienen un dibujo en color rosa, en el centro hay un motivo geométrico, creo, y alrededor pequeños dibujitos que hacen como un patrón.
Luego me veo fuera, vuelvo a casa, y voy con el caballo de manchas blancas y marrones que robé a los indios. Pienso que tengo una madre, un hermano (diría que mayor que yo), y una hermana algo más pequeña. Tengo la sensación de que morí joven.
Entonces tuve que hacer un descanso, y pensé que los ojos de este amigo cowboy me recordaban mucho a los de M… pero no descarto que esté delirando.»
(Regresión 19-2-12).
Por suerte, no tardó en llegarme más información, de momento eran sobre todo intuiciones, incluyendo la causa de muerte.
«Lo primero que vi fue que estaba al aire libre, con mucho sol, en un paisaje típico de un pueblo del Oeste, o sea, suelo de arena, amplia avenida, algún establecimiento de madera… No llevo nada en la parte de arriba, y me estoy dando un buen lavado, utilizando un cepillo y un barreño de madera con agua que hemos colocado encima de un barril. También me lavo el pelo, con una pastilla de jabón. Hace calor, parece, porque dejo que se seque al aire. Estoy con mi amigo rubio, pero solo sé que está cerca y después de meterse un poco conmigo por lo sucio que estoy, se va. La razón de que nos lavemos pienso que es solo porque hemos llegado llenos de polvo de una buena cabalgata. Más adelante en la regresión, me viene la idea de que es porque él y yo nos sacamos un dinerillo extra haciendo de escoltas para los carros que hacen un cierto trayecto entre dos ciudades que no sé cuáles son. Con carro me refiero no a carromato, sino más bien a carruaje pequeño, cubierto completamente, que se usaba como transporte normal entre ciudades… una diligencia, me ha venido ahora. En ese momento tengo el caballo cerca, con rifle incluido, es un Winchester (me viene así tal cual). Siempre llevamos armas, por si acaso.
Luego tuve imágenes variadas, dispersas, es más de “conocimiento” lo que viene a continuación. Mi trabajo normal es en el rancho, ayudando a mi madre. Tenemos ganado de carne (veo claramente las vacas, raza tipo Hereford, creo que se llama así, de constitución muy pesada, marrón y blanco). Veo un establo pequeñito que utilizamos para dar refugio a los terneros principalmente, los primeros días de edad, aparte de las caballerizas, claro. Pero también tengo bastante tiempo para hacer el vago, que es lo que hace principalmente mi amigo. Le veo sentado en el porche, bueno, y yo con él muchas noches, viendo las estrellas, fumando y hablando. Diría que es dos o tres años mayor que yo, y me viene a la mente que su apellido es Johnson.
En determinado momento me viene a la cabeza una imagen muy clara de una mujer que parece india, está descalza y lleva un vestido de india, me parece de color grisáceo pero no sé si ese es su color real, o si lo veo así porque es de noche. Está frente a mí, a cierta distancia, y es una mujer vieja, que me produce algo de miedo. Creo que es una imagen que se me quedó grabada de cuando era pequeño, puede que se acercara demasiado al pueblo o que fuera una prisionera, porque tengo la impresión de que la empujan para apartarla de mí. No sé en qué situación están ahora exactamente los indios, no sé en qué año exacto estamos, ni en qué parte del país, pero tengo la sensación de que si aún quedan indios, son pocos y se consideran más o menos controlados. En todo caso creo que he visto pocos, y me inspiran algo de miedo y de desprecio pero por pura ignorancia y las historias que he oído, no por nada personal.
(Regresión 28-2-12).
«Al principio de la meditación no sabía muy bien quién era, había mucha gente en el interior de un edificio de madera, bastante alto, no sé qué podría ser, quizá una especie de granero o algo así. Hay principalmente mujeres y niños. Estamos inquietos y tenemos miedo. Era bastante confuso. Pero cuando ya me concentré mejor, más avanzada la meditación (hacia el final), supe que era el vaquero, pero de niño, tal vez con 9 o 10 años, no más. Quiero aparentar que no tengo miedo, como los niños pequeños que lloran y se tapan la cabeza, pero claro que lo tengo. Se oyen disparos muy cerca. Algunos se atreven a mirar a través de las rendijas, y lo que ocurre es que han capturado a unas personas (diría que son indios, pero no lo sé seguro), los han puesto de rodillas en el suelo, con las manos en la nuca, y los están ejecutando uno a uno. Creo que han intentado atacar el pueblo, dicen que son delincuentes y los del pueblo no tienen piedad con ellos. Mi parte racional se pregunta si esto sería legal. Me imagino que en el caso de que fueran indios, no creo que a nadie le importaría mucho. O tal vez la situación se le escapó de las manos al juez y no pudo interponerse al linchamiento.
A los niños no nos dejan acercarnos, claro, a pesar de que nos corroe la curiosidad y todos queremos ver un cadáver. Creo que mi madre anda cerca, y es posible que en algún momento me llame Tom o Tommy. Yo llevo una camisa de cuadros roja.
Por cierto, si de verdad aparecen indios en esta vida, la imagen que tengo de ellos no es la de los cheyennes, o sea, la típica de pelo largo y plumas adornando la cabeza, sino la más agresiva de cabeza rapada, crestas, fieros e indomables guerreros. No sé a qué tribu pertenecen. Cuando estoy pensando sobre esto, me viene un pensamiento algo despectivo de Tommy: “Y qué más da, ¿no son todos iguales?”
Tengo la sensación de que es finales del siglo XIX o principios del XX (esto es válido para todas las edades en las que veo a Tommy), aunque no puedo descartar por completo que no sea mi mente racional la que haya decidido esto. Más que nada es porque veo pocos indios, y los que hay están bastante acabados. Durante las ejecuciones creo que pienso “Odio a los indios”, con la lógica propia de un niño que juzga sin conocer.
Pero me han venido muchas otras imágenes de esta vida, al principio y al final de la meditación. He visto hombres colgados de árboles, esta vez diría que eran blancos, y que nosotros (yo y “mi amigo” el rubio, ya mayorcitos) hemos tenido algo que ver… aunque no sé de qué forma. O puede que simplemente nos hayamos encontrado con ello al salir del pueblo cuando escoltábamos la diligencia. He visto a una niña del pueblo con sombrero y pelo largo y rizado, que me imagino que debe significar algo para mí, creo que es algo mayor, y estaba con otros niños jugando entre o sobre unas maderas. Pero sobre todo he visto a mi amigo en distintos flashes bastante inquietantes. Me ha venido a la mente que es el hijo del juez.
Bueno, a veces se burla de mí, intenta meterme miedo diciéndome que los indios volverán a matarme por haberles robado el caballo. Pero cuando hablamos por las noches hay algo en sus ojos que me asusta, una frialdad y un vacío que no deberían estar ahí. De algún modo está muy desencantado con la vida y no tiene esperanzas en el futuro… y creo que guarda en su interior un profundo odio o rencor por algo que pasó en otra época (creo que en esta misma vida). Pero no sé el qué.
En cierto momento de la regresión pienso sobre él: “Me vendiste”. Sé que me traiciona por algo, probablemente después de cometer alguna tropelía juntos, y aunque sé que me lo podía esperar de él, me duele de igual modo.
También comencé a sentir de pronto un dolor agudo en la espalda, a la altura del corazón, como si me hubieran clavado un hacha de guerra por detrás. Parecía un dolor penetrante y que llegaba hasta el corazón. Luego dolor en la cabeza también, en la frente concretamente. Sospecho que las heridas causaron muy muerte, pero no tengo ni idea de por qué ni cómo se produjeron.
Una pena que no haya habido apenas emociones en toda la regresión.»
(Regresión 13-3-12).