Me voy a centrar primero en la visita a la exposición. Yo no viví el Holocausto tan de cerca como una de las batallas navales que se describían en el Museo Naval de Madrid, así que en ese sentido la visita fue menos interesante. Pero acudir a una exposición de estas características lo considero una obligación, igual que seguir viendo vídeos de mataderos o duras imágenes de la industria cárnica actual. No puedes darle la espalda a la realidad, no puedes olvidar el pasado. Y las emociones que revolvió me han llevado a investigar más sobre mi abuelo de mi vida inmediatamente anterior a esta. Creo que he averiguado quién es, con nombre y apellidos. Aún no lo puedo decir seguro porque no está completamente verificado, pero quizá haya dado un paso más en esa búsqueda.
Es obvio para los que me conocen que no soy demasiado sensible al tema del Holocausto. Esto no significa que no me produzca tristeza como a cualquier otra persona o que no lamente la muerte de tantos seres humanos en un genocidio que no tuvo precedentes a causa de la industrialización de la muerte, pero no puedo negar que me molestan ciertos puntos de vista de algunos judíos, como el rabí Yonassan Gershom, autor de un libro de reencarnación centrado en víctimas del Holocausto. Y aunque sé que no se puede ni se debe generalizar, y que en ningún caso el individuo es culpable ni se merece una muerte de este tipo, no puedo evitar sentir cierto rechazo hacia los judíos por lo que han representado en la historia. Me he dado cuenta de que es por razones puramente religiosas, no raciales, igual que no me gusta la Iglesia católica, y me viene desde tiempos de Jesús. Los judíos no son unos santos. Los judíos no son unos mártires. Ellos no fueron las únicas víctimas de la Segunda Guerra Mundial. ¿Significa eso que deban ser exterminados? Por supuesto que no. No justifico ninguna forma de violencia. Ninguna. Está bien que cada 27 de enero se recuerde el Holocausto judío, pero no me gusta que hayan monopolizado el sufrimiento que corresponde también al resto de actores de la Segunda Guerra Mundial. Me gustaría que se recordara mucho más a las víctimas de otros genocidios, a las víctimas de otras razas y nacionalidades. Me gustaría que los soldados alemanes que participaron en la Segunda Guerra Mundial también tuvieran su reconocimiento, en su propio país… aunque temo que su país ya no existe.
No me es fácil hablar de este modo, porque sé que en muchos casos lo que digo procede de mis sentimientos y de ideas irracionales que se formaron en mi cabeza a consecuencia de mis experiencias. Con frecuencia no sé si es mi yo actual el que habla, si es Katrina o si es Fritz, o una mezcla de todos. Sé que puedo decir alguna barbaridad, y que algo no sea históricamente correcto, pero es así como lo siento. Una persona no reencarnacionista no es consciente de cuánto influyen en nuestra forma de pensar actual las vivencias del pasado remoto. Yo sé que en algunos casos me faltan recuerdos concretos que expliquen el porqué de mis sentimientos, pero sé que están ahí, ocultos en alguna parte de mi ser, en lo que comúnmente se llama el subconsciente. En la próxima entrada se comprenderá mucho mejor todo esto.
La exposición sobre Auschwitz.
Sin embargo, no encontré problema alguno en mirar a los ojos a cada prisionero retratado que vi posteriormente. Ya eran un número, no un nombre, pero creo que esos retratos eran mucho más importantes que el zapato con calcetín de un niño judío. No sé a qué se debe esto. Quizá porque necesito poner cara a las víctimas, humanizarlos, no cosificarlos aún más. Quizá porque uno de esos prisioneros pude ser yo, cuando fui Katrina. Por ejemplo, Czeslawa Kwoka, una niña católica a la que apresaron en Polonia. La foto es de la página web de la exposición y fue tomada por Wilheim Brasse, otro prisionero polaco. Czeslawa murió en Auschwitz el 12 de marzo de 1943. Mi corazón está con ella. Pude haber sido yo, cuando los nazis invadieron Checoslovaquia. Pero por extraño que parezca, siento la misma lástima por ella que por los perpetradores. Sé que todos fuimos víctimas de la guerra.
Después llegó la parte más cruda, la de los crematorios y las cámaras de gas, la de los niños que mataban directamente o eran sometidos a experimentos médicos. El uso del Zyklon B y el instrumental médico del Dr. Mengele, que dicho sea de paso, es instrumental médico normal y corriente, al menos el que allí había expuesto. El testimonio de una mujer llamada Irene Hizme, que llegó al campo con seis años, describe cómo conoció al Dr. Mengele y cómo le extraían sangre del cuello. He de reconocer que estas historias sobre los experimentos médicos me dejan siempre bastante fría. Me pregunto cuánto hay de sensacionalismo en ellos, y cuánto hay de verdad.
Más duro me pareció conocer la existencia del Sonderkommando, los prisioneros que hacían el trabajo sucio a los nazis, en los crematorios y las cámaras de gas, a cambio de ciertos privilegios. Creo que el testimonio de uno de esos hombres, relatando cómo tienes que hacerte inmune a lo que está ocurriendo y hacer cualquier cosa si quieres sobrevivir, es el que más se acerca a la realidad de lo que pasa por la mente de un ser humano cuando se ve en situaciones límite como esta. Dicen que estos judíos eran reclutados por personal de las SS nada más llegar al campo, y que no se podían negar, bajo amenaza de muerte. No les decían qué tipo de trabajo iban a hacer, claro. Algunos integrantes de este Sonderkommando consiguieron hacer las únicas fotos conocidas de lo que estaba ocurriendo en Auschwitz en relación a las cámaras de gas, y llegaron a organizar una revuelta que fracasó.
Después de cuatro horas de visita, estaba hambrienta y exhausta, así que tuvimos que volver al día siguiente para fotografiar el vagón, que nos habíamos olvidado completamente de él.
Esto es, muy brevemente, lo que vi en la exposición. En la próxima entrada explicaré con más detalle lo que me hace sentir, desde una visión más reencarnacionista.
Parte 2.