Seis días después de la visita a la exposición seguía sin saber exactamente por qué me sentía así. Por una parte estaba Katrina. Soy perfectamente consciente de que pude haber acabado en un campo de concentración. Y si no, habría acabado como una de esas mujeres alemanas violadas por los soviéticos. Para los nazis no era más que una débil joven con conocimientos de enfermería a la que podían utilizar en el frente. Para los checos, me había convertido en una traidora. Si hubiera sobrevivido hasta el final de la guerra, lo más probable es que habría muerto tirada igualmente en una cuneta. Por otra parte…
Como sé que las emociones son una vía bastante directa a los recuerdos de vidas pasadas, decidí meditar esa noche. No estaba pensando para nada en Fritz, por eso me sorprendió el resultado. Y la regresión fue bastante confusa. Solo destacaron un par de cosas: una pistola que suele aparecer con bastante frecuencia en mis recuerdos como Fritz, y una palabra alemana.
Hoy me he puesto a meditar y lo único que me ha venido es mi abuelo de mi vida como Fritz. Siempre me olvido que esa es mi conexión nazi, pero me resulta tremendamente frustrante no poder verificar quién fue, cuál fue su papel en la guerra, lo que me contó a mí y en qué medida me afectaba. Me he visto también empuñando una Beretta. Escuchar a mi abuelo me producía ansiedad y una gran furia, fumaba en su piso mientras hablábamos, a veces también estaba mi madre que no entendía por qué me ponía así. Pero al final no he sacado nada nuevo, y las emociones siguen enquistadas, tanto estas como las que podrían provenir de mi vida cátara, que al fin y al cabo fue también un genocidio. Me vino una palabra en alemán, algo así como Rottenkreutz.
(Regresión 28-1-2018).