Pues sí, he descubierto que tengo alma cátara. Jamás me lo imaginé. Pero según iba leyendo el libro La herejía cátara de Jesús Ávila Granados, libro que me recomendó un compañero del foro creyendo que me sería útil, iba cayendo en la cuenta de que ya desde la infancia estaba mostrando algunas actitudes que se podrían decir típicamente cátaras. Más que nada para ordenar en mi cabeza todo este tinglado, he hecho un resumen de mi relación con la religión en mi vida presente, tratando de recapitular cuáles han sido mis sentimientos y acciones durante estos cortos 42 años. También he reparado en algunos detalles que podrían ser solo casualidades, como por ejemplo que mi número favorito haya sido siempre el ocho (por lo visto tenía una simbología especial para los cátaros, aunque no es el único número con simbología). Además, sospecho que muchas de mis intuiciones mientras investigaba mi vida como monje guerrero vienen en realidad de mi vida cátara. Parece que este asunto de la religión trasciende varias vidas hasta llegar al presente, aspecto de la reencarnación que siempre me resulta fascinante.
Llevo un tiempo sin publicar en el blog, por dos razones principales: una, por haber estado más centrada en mi foro, escribiendo tanto temas de interés general como temas personales sobre mis vidas pasadas; y dos, por no sentirme especialmente inspirada. Pero después de una meditación conjunta con otros miembros, algo pareció reactivarse, y desde entonces he estado inmersa en la investigación de mi vida cátara. Ser reencarnacionista te trae estas sorpresas. Como me ha pasado otras veces, cuando creo que ya no tengo nada nuevo por descubrir, me llegan nuevos datos, nuevas impresiones, y de pronto caigo en la cuenta de que… mi alma es cátara. No puedo decir si este hecho ha influido en mi forma de ser más o menos que otras vidas, pero, desde luego, explica muchos de mis pensamientos y comportamientos actuales, sobre todo los relacionados con la religión.
Pues sí, he descubierto que tengo alma cátara. Jamás me lo imaginé. Pero según iba leyendo el libro La herejía cátara de Jesús Ávila Granados, libro que me recomendó un compañero del foro creyendo que me sería útil, iba cayendo en la cuenta de que ya desde la infancia estaba mostrando algunas actitudes que se podrían decir típicamente cátaras. Más que nada para ordenar en mi cabeza todo este tinglado, he hecho un resumen de mi relación con la religión en mi vida presente, tratando de recapitular cuáles han sido mis sentimientos y acciones durante estos cortos 42 años. También he reparado en algunos detalles que podrían ser solo casualidades, como por ejemplo que mi número favorito haya sido siempre el ocho (por lo visto tenía una simbología especial para los cátaros, aunque no es el único número con simbología). Además, sospecho que muchas de mis intuiciones mientras investigaba mi vida como monje guerrero vienen en realidad de mi vida cátara. Parece que este asunto de la religión trasciende varias vidas hasta llegar al presente, aspecto de la reencarnación que siempre me resulta fascinante.
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Me he quejado con frecuencia de la soledad del reencarnacionista, de la incomprensión que experimentamos día tras día por parte de las demás personas, de la impotencia por no poder hablar con nadie de lo que nos pasa… Pero ser reencarnacionista tiene también sus momentos mágicos, sus momentos impagables. Como dije en su día, los reencarnacionistas vivimos en mundos paralelos. A veces es frustrante tener que adoptar la misma actitud hipócrita que el resto de las personas, como cuando vas a un funeral y tienes que fingir que tú tampoco crees que hay algo después de la muerte, o que te crees lo que está predicando el cura sobre un cielo al que irá el fallecido, donde permanecerá hasta que un día Dios nos llame con sus trompetas y todos resucitemos. Pero al mismo tiempo, es tremendamente divertido saber cosas que los demás no saben, sentarte ahí y ser espectador del absurdo teatro que representan los miembros de la sociedad en la que vivimos. Mientras que los demás hacen su papel, sin duda incómodo y aburrido en muchas ocasiones, tú en tu interior sientes una paz infinita y sonríes porque ves cosas que son invisibles para ellos.
Empecé a recordar vidas pasadas hace casi seis años. Desde entonces no he parado quieta. He publicado varios libros, he creado varios blogs y un foro, y he conocido a muchas personas diferentes. Con algunas de ellas he mantenido conversaciones bastante interesantes de las que he aprendido mucho. Con otras he llegado a tener discusiones acaloradas, sobre todo cuando luchaba contra fuertes creencias instauradas en la mente de mi interlocutor. Estoy muy feliz de haber llegado hasta aquí y estar haciendo esto. Pero cuando miro atrás y observo el camino andado, tengo muy claro que si tuviera que elegir, solo hay una cosa con la que me quedaría para siempre: haber conocido a otros reencarnacionistas, pero sobre todo, haber conocido a algunos de mis soulmates. La vida duele, eso es cierto. Pero está bien. Hay que vivirla igual. No estamos aquí para verla pasar, como si fuéramos meros espectadores. Si de algo sé sobre esto de las vidas pasadas, es de depresión. Si no hubiera sido por ella, quizá nunca habría recordado, y ahora no estaría aquí escribiendo esto en el blog. Desde que recuerdo, la depresión ha perdido fuerza. No puedo decir que haya desaparecido del todo, pero eso es fundamentalmente porque este mundo y los seres humanos que lo habitan me deprimen con sus acciones, día tras día. No en vano a veces me siento como un astronauta en órbita, testigo mudo e impotente de las desgracias que pasan en la Tierra, como en esta canción de la Electric Light Orchestra: The planet Earth from way up there is beautiful and blue and floating softly through a rainbow But when you touch down things look different here at the mission of the sacred heart La diferencia es que yo no estoy en órbita, sino en la superficie, así que sí que puedo hacer cosas. Y sí, esto es lo que hay. Como dicen los de Marillion en su canción “Beautiful”: “We’re stuck in this world, nowhere to go”. Estamos aquí, estamos vivos, y nos guste o no, nuestro deber es vivir nuestra vida hasta el final.
¿O tal vez no? En una página de Facebook alguien se quejaba porque no quería ver imágenes sangrientas de cerdos sufriendo a causa de la existencia de mataderos que están ahí para satisfacer la demanda de carne del ser humano. Decía que como ella era vegetariana no necesitaba seguir viendo esas imágenes. Yo pensé: ¿y qué hacemos entonces? ¿Dar la espalda a la realidad? ¿Cerrar nuestros ojos? ¿Ignorar lo que está ocurriendo a escasos metros de nosotros? Del mismo modo que el karma no existe, ser vegano o vegetariano no te va a traer la recompensa instantánea de no tener que volver a ver animales sufriendo. Que tú, en parte, ya no seas causante directo de ese sufrimiento, no te exime de la responsabilidad de crear el mejor mundo para vivir. Y no basta con elegir el camino que tú crees correcto y dejar a los demás a su suerte. Si de verdad quieres cambiar el mundo, necesitarás algo más que eso. Estoy hablando de animales porque soy especialmente sensible a ellos. Por desgracia, lo que acabo de escribir también es aplicable a seres humanos. Entiendo el dolor de esa persona. Entiendo la rabia que producen ese tipo de imágenes. Ya tenemos suficiente en nuestra vida diaria como para deprimirnos más teniendo que ver todos los días esas imágenes. Sin embargo, creo que es necesario que sigamos viéndolas, para que movamos el culo y hagamos algo para intentar cambiarlo. Eso es la vida al fin y al cabo. Paso por una época muy tranquila en cuanto a vidas pasadas se refiere. Tan tranquila que se hace un poco aburrido… pero como se acerca un pequeño periodo de vacaciones veraniegas, no quería dejar de actualizar el blog por tanto tiempo, así que aquí estoy. La práctica regular de ejercicio físico, pero sobre todo de yoga —ya hace más de un año desde que hago cinco días a la semana como mínimo, sin saltarme ninguna sesión a no ser que haya alguna cuestión física que me lo impida—, me ha hecho recuperar una paz interna y un bienestar general que no sentía desde hace tiempo. Si no fuera por la rigidez que siento a veces en el cuello, podría decir que mi estado de salud es perfecto al 100%. Aún así, este dolor, causado siempre por contractura, ha mejorado mucho en el último año también. Y todavía no sé si el dolor en esa zona es el que me trae recuerdos de vidas pasadas, o si los recuerdos de vidas pasadas son los que me producen ese dolor (siempre teniendo en cuenta que no es lo único que influye, por supuesto), pero el caso es que ambos suelen ir relacionados. Como es de esperar, hablo principalmente de Roderic. En las últimas semanas me han llegado flashes de alguna de sus vivencias más traumáticas. Diría que Roderic empieza a romperse. Es un tira y afloja constante que tengo con él. Sospecho incluso cuáles son las razones por las que me cuesta tanto llegar al interior de su alma. Pero como hablar sobre esto va a suponer un coste emocional bastante grande, prefiero dejarlo para después de las vacaciones. La rigidez en el cuello, por razones obvias, la suelo achacar a él principalmente. Sin embargo, ayer me llegó otro recuerdo, esta vez de James, mientras estaba en la cama tratando de relajar la tensión en mis cervicales para volverme a dormir. También lo dejaré para después de las vacaciones, esperando obtener más detalles sobre un episodio en concreto del que no tenía mucha información. Hoy quería centrarme en un aspecto positivo de recordar vidas pasadas, pues es bueno que de vez en cuando hable también de lo que ganamos recordando. Lo primero de todo, debo decir que una vez que abres la puerta, ya no la puedes cerrar. Esto es un hecho. Con “abrir la puerta” me refiero a abrirla de verdad, de par en par, no a asomarte tímidamente y salir corriendo. Me refiero a sumergirte de lleno en la aventura de recordar y dejar que te lleve adonde sea. Normalmente, quien hace esto, es porque lo necesita, porque escucha una especie de llamada interna y al hacerle caso los medios para recordar se ponen a su alcance. Supongo que esto es porque tiene que existir una predisposición. No una predisposición a creer en la reencarnación —puedes ser de lo más racional y escéptico y empezar a recordar igual— sino a abrir tu mente y dejar que tu intuición guíe tus pasos. Entonces suele llegar la sorpresa, porque lo que se te viene encima es mucho más de lo que esperabas. Los cimientos de tus creencias comienzan a tambalearse, y te cuestionas todo lo que habías supuesto hasta ese momento. Si no abandonas y sigues adelante, es muy posible que empiecen a surgir recuerdos realmente duros, que te hacen plantearte aún más todas esas ideas tan extendidas y aparentemente aceptadas por mucha gente, como la existencia del karma. ¿Por qué hay tanta gente que continúa creyendo en el karma, a veces incluso gente que recuerda vidas pasadas? Es muy sencillo: porque la mayoría no ha llegado a este punto, porque sus recuerdos suelen ser en el lado de las víctimas (ojo, sin ningún menosprecio a las víctimas), y porque no tienen datos suficientes aún que les hagan ver que no existe tal relación de causa y efecto entre los eventos de una vida pasada, y los eventos de las siguientes vidas. Uno de los fenómenos que más me sorprendieron cuando comencé a recordar vidas pasadas es la aparición de dolores extraños durante las regresiones. Lógicamente, al principio te asusta un poco, hasta que te das cuenta de que se van de forma tan súbita como llegaron, un poco después de finalizar la regresión, o tal vez unos días más tarde. Creo que este fenómeno nos podría dar muchas pistas sobre el mecanismo de la reencarnación y el funcionamiento de la mente, pero como es habitual, no veo que los investigadores le estén prestando demasiada atención, básicamente porque ni siquiera escuchan a adultos como nosotros que recordamos vidas pasadas.
Me he dado cuenta de que estos dolores pueden surgir cada vez que utilizamos técnicas que “mueven energías”, como la meditación, el reiki o el yoga. Menciono estas tres porque son las que yo conozco por experiencia propia, pero seguro que hay muchas más, sobre todo porque ciertos humanos siguen inventándose infinitos nombres distintos para lo que con toda probabilidad es el mismo fenómeno. Lo seguirán haciendo mientras haya personas que crean que esos humanos han inventado algo nuevo, y mientras esas personas estén dispuestas a pagarles lo que sea por “sanarse milagrosamente” de la enfermedad que les aqueja. Así es la naturaleza humana, y yo no puedo hacer nada para cambiarla. Pero bueno, a lo que iba... Aunque llevo ya años recordando vidas pasadas, aún me sorprendo cuando vuelvo a notar esos dolores. He mencionado recientemente que estaba sufriendo fuertes dolores en los hombros y en la cabeza. El dolor de cabeza pareció mejorar de repente, pero luego vino un domingo y estuve todo el día con un dolor bastante intenso, que luego remitió poco a poco, sin ningún tipo de medicamento. He llegado a la conclusión de que no son migrañas, sino simples dolores tensionales, producidos por la ansiedad y, a veces, por la falta de descanso. El yoga me ayuda mucho a relajarme y a liberar tensiones, y ya hace varios días que el dolor de cabeza ha desaparecido por completo. Cuento todo esto para dejar claro que lo que pasó a continuación no tiene nada que ver con esos dolores que estaba experimentando. Ni siquiera eran dolores musculares, porque por diversas circunstancias llevaba tres días en reposo total, sin hacer mis ejercicios habituales de fitness que suelo intercalar con las sesiones de yoga. Entonces, la noche del 31 de marzo, decidí meditar. Estoy viendo la segunda temporada de la serie de televisión Outlander, y creo que escuchar el idioma francés me trae recuerdos de mi vida en Francia como contrarrevolucionario. Al sentirme un poco conectada con esa vida, quise probar e investigar un poco más. Quería saber si había llegado a ser algún tipo de líder en el pueblo. Siempre me gusta buscar mi nivel de responsabilidad en los hechos, saber hasta dónde estuve implicado. Nada más ponerme a meditar, noté una sensación en el corazón que identifiqué con miedo. No llegaba a ser ansiedad, sino más bien como un mal presagio acompañado de una gran tristeza. Me pregunté a mí misma: “¿De qué tienes miedo?” Y la respuesta que me vino fue: “Tengo miedo de perderlo todo, de que hayamos llegado demasiado lejos, de que nos maten a todos...” Me costaba decir “que nos maten”, como si no quisiera creer que eso era posible. Era como si estuviera hablando con alguien de mis temores. Es una pena que no llegase a ver escenas completas de aquella vida. Fueron más bien flashes y pensamientos inconexos, mezclados con recuerdos antiguos. Pero, como suele ocurrir en ocasiones como esta, los flashes parecían contener mucha información, a pesar de su brevedad. Creo que una vez que eres reencarnacionista —es decir, recuerdas vidas pasadas, las has verificado, y por tanto sabes que la reencarnación es un hecho— las visitas a los museos son especialmente interesantes... y también divertidas. El pasado viernes 13 de enero, aprovechando unos días libres que tenía mi pareja, acudimos al Museo Naval de Madrid. Creo que tendré que ir otra vez, porque había muchísimo que ver. Para que el lector se haga una idea de lo que me encontré allí, voy a dejar un vídeo al final de esta entrada, pero la verdad es que en ese vídeo no se ve apenas nada, y mis fotos son tan malas que me da un poco de vergüenza enseñarlas, así que la mayoría de las que he utilizado provienen de una búsqueda en internet. Obviamente, esta entrada no va a ser una crónica detallada para historiadores o aficionados a la historia, sino solo un resumen de mi experiencia, que como es lógico está altamente influenciada por mi visión reencarnacionista, ya inseparable de mi ser, al menos hasta que me muera (y espero que más allá). La primera pregunta que siempre me hago cuando acudo a lugares como el Museo Naval de Madrid es: ¿Cómo es posible que a muchas de estas personas que sienten un profundo interés por una época histórica en concreto, un interés que a veces se convierte en auténtica pasión, les pase totalmente desapercibido que pueden haber vivido en esa época? ¿Cómo los seres humanos podemos vivir tan ciegos a la realidad? Después, suelo pensar: ¿Cómo reaccionarían algunos de estos visitantes si supieran que la reencarnación de uno de estos marinos ilustres se está paseando por las salas, sonriendo malévolamente al ver el alarde de los españoles sobre la conquista de las Américas o la Armada Invencible, sin apenas mencionar el penoso declive que sufrió la Marina Española en los años posteriores, gracias a la ineptitud de sus gobernantes y su trato a los marinos? No diré que la Marina Británica está exenta de pecado, creo que yo lo sé bastante bien, pero al menos no olvidan a sus héroes, ni siquiera a alguien como yo, que tampoco es que tuviese un papel muy preponderante en mi época. Mi única “heroicidad” fue morir en combate, pero parece ser que algunos me consideraban un cobarde, tal vez porque no estaba dispuesto a arriesgar las vidas de mis hombres cumpliendo órdenes absurdas con el único fin de engordar el orgullo de mis superiores. Y para responder a la pregunta, que casi me olvido de ella: es triste, pero lo más probable es que esos visitantes solo sentirían indiferencia, me mirarían con cara de incredulidad, y solo si tengo suerte, me ignorarían en lugar de llamar a un psiquiatra para que me pusiera una camisa de fuerza. Así es la vida de un reencarnacionista: no nos queda otra que vivir en el silencio y seguir siendo testigos de la ceguera del resto de la humanidad.
También es muy curioso cómo en este tipo de situaciones se me reaviva mi propio orgullo británico, que, aunque ya era bastante reducido en mis últimos años como oficial de la Marina Británica, algo me debió de quedar. Aún no me creo que sea verdad esto que dicen, que el Museo Naval de Madrid es uno de los mejores del mundo. No niego que me quedé bastante impresionada, sobre todo por la colección de armas antiguas, pero dudo muchísimo que en Londres no haya un museo mucho más grande que este y con mejores piezas. Si alguna vez voy a Londres, prometo contar si lo encontré o no, y haré una comparativa como Dios manda. Al entrar en la primera sala, llena de retratos de reyes y reinas, no pude evitar una sonrisa irónica. Supongo que eso fue tanto por lo poco que sé de la historia española —mi conocimiento procede fundamentalmente de los libros de Arturo Pérez-Reverte, porque por desgracia en el colegio solo nos enseñan cosas inútiles y aburridas— como por mis propias experiencias amargas sirviendo a una Corona que, igual que todos los hombres y mujeres que ostentan el poder, lo menos que hacen es interesarse por el bienestar de los que se juegan la vida en el mar día tras día. Mientras decido sobre qué hablar en próximas entradas del blog, aquí dejo unas reflexiones y algo de mi historia... Llevo desde diciembre de 2011 recordando vidas pasadas. La gran mayoría de personas que recuerdan vidas pasadas entran y salen de los foros de internet. Quizá participan con intensidad durante un tiempo pero al final lo habitual es que dejen aparcado el tema de las vidas pasadas, más o menos voluntariamente, y pierdes el contacto con ellos. Muy pocos son como yo, que después de casi cinco años sigo siendo muy activa, mantengo actualizados todos mis blogs y sigo participando en foros. Muy de vez en cuando aparece alguien con quien compartes experiencias muy similares, y eso siempre supone un soplo de aire fresco. Te da ánimos para continuar, porque cuando día tras día ves el panorama en internet respecto a reencarnación, y eres testigo de que nada cambia, nada evoluciona, y muy pocas veces el tema es tratado con la rigurosidad y seriedad que merece, te suelen dar ganas de suicidarte. Vale, quizá suicidarte no, pero sí de esconderte en tu guarida, callarte para siempre y no volver a hablar de vidas pasadas con nadie. Raramente merece la pena. Porque, en el fondo, pienso: ¿a quién le puede importar lo que viví hace cien años o cuatro siglos atrás? ¿A quién le importa cómo me sentía entonces, cómo me siento ahora, y cómo he llegado a averiguar la razón de todos esos sentimientos? ¿A quién le importa quién fui en mis vidas pasadas? ¿Para qué contar mis miserias, mis defectos, mis errores cometidos en el pasado? No solo escribir y publicar algo medianamente decente ya supone un esfuerzo que no todas las personas pueden realizar, sino que además me arriesgo a abrir viejas heridas emocionales cada vez que buceo en mi pasado. Como dije en el Manifiesto del blog, tengo mis razones para ello, y es algo personal sobre todo, pero a veces eso no es suficiente. ¿Por qué no dejar mi diario de vidas pasadas tal y como está y olvidar el tema? ¿Para qué molestarme en seguir en la brecha? Bueno, lo cierto es que sí le puede importar a alguien: a los que recuerdan. Por ellos dejo este recordatorio aquí, para saber por qué sigo escribiendo, por qué sigo compartiendo mis experiencias y lo poco que sé de reencarnación. Porque yo me vi tan sola cuando empecé, que toda información seria que deje aquí fuera es poca, para todos los que vengan, para todos los que sé que leen en silencio. “Tu historia podría ser la llave que abra la prisión de alguien más. No tengas miedo de compartirla.”
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AutoraMi nombre virtual es Eowyn. Llevo desde 2011 investigando y experimentando la reencarnación. Este blog es solo una mínima parte del resultado. ¡Sígueme en Telegram!
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